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Actualizado: 4 de julio de 2025


El frío de dos inviernos crudos, pasados casi sin calefacción, y el exceso de trabajo, acabaron con mi salud, y por consejo de los médicos me trasladé á la Costa Azul. No por tal cambio de ambiente dejé de trabajar. Como en París escaseaba el combustible, fuí en busca del calor del sol que nunca falta á orillas del Mediterráneo. Esto fué todo. Me instalé en Niza, por unas semanas nada más.

El tanque, que contenía una tonelada de combustible, salía de las entrañas del barco, se remontaba hasta la punta del puente aéreo y, deslizándose con incesante chirrido, entraba tierra adentro para vomitar su contenido en una de las varias montañas de hulla que se interponían entre aquella parte del establecimiento y la ría.

La práctica de poner tierra por cama del combustible, que era leña, duró mucho tiempo, manteniendo en los buques de guerra una frase que han oído muchos de los que viven. Cuando algún marinero inexperto cantaba desde el tope ¡tierra! engañado por el celaje, contestábanle desde abajo ¡la del fogón!

El perpetuo estado de guerra y los vicios nefandos destruían la población é impedían su aumento. En Méjico, que era el imperio más civilizado, no habían descubierto aún que con un líquido combustible y con una torcida se podían alumbrar de noche, y la pasaban á oscuras por falta de candiles.

Pensaba realizar al día siguiente esta gestión; para eso había alquilado un automóvil, gasto enorme dada la carencia de vehículos y de combustible, pero exigido por la importancia de sus funciones... Y ahora estaba en Villa-Sirena, á las dos de la madrugada, limpiando sus pistolas con lentitud, como si fuesen joyas frágiles.

Recordaban los crudos inviernos que pasaron reunidos en la ciudadela de *, faltos de combustible, durmiendo en cuadras de cuartel sin un mal lecho, abrigando a los niños con restos de cortinajes, comiendo pan negro que era comprado a escondidas. Se refería, sonriendo, lo que en otro tiempo fue terrible. La mansedumbre de la edad había calmado las iras más acerbas.

No es siquiera la linterna apagada; es la linterna que nunca se ha encendido, que jamás se encenderá: falta dentro el combustible. El hombre-sólido cubre la faz de la tierra; es la costra del mundo. Es la base de la humanidad, del edificio social.

Como se le hubiese acabado el aceite a su velón de tres mecheros y no pudiese rezar ni leer, bajó a la cocina en demanda de combustible. Halló muy concurrido el sarao de Sabel.

El viejo marinero, que había vuelto a bordo del junco, se apresuró a obedecer. La embarcación, que estaba guindada de los pescantes de popa, fué botada al mar y la ocuparon diez chinos armados de fusiles. Ahora las calderas y el combustible ordenó Van-Horn, que también se había embarcado en ella.

Ferragut quiso saber cuándo había llegado, y el portero, elevando los ojos, se entregó á un largo cálculo mental... Al fin marcó una fecha, y el marino, á su vez, compulsó sus recuerdos. Se dió en la frente una palmada, ruda como un puñetazo. Era su hijo el joven que había visto entrando en el albergo cuando él marchaba á encargarse de la goleta para llevar combustible á los submarinos alemanes.

Palabra del Dia

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