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Actualizado: 12 de junio de 2025


La más sensible pérdida de personas excedió con mucho en la jornada de Trípoli á la de Inglaterra. Varían bastante las cifras recogidas por los historiadores; mas tiene fundamentos la de Cirni Corso, que fija en 18.000 los hombres consumidos en la fatal empresa de Berbería, mientras no pasaron de 10.000 en la otra.

El inventario de abanicos, tela de nipis, crudillo de seda, tejidos de Madrás y objetos de marfil también arrojaba cifras muy altas, y se hizo minuciosamente. Entonces pasaron por las manos de Barbarita todas las preciosidades que en su niñez le parecían juguetes y que le habían producido fiebre.

En el Nuevo Mundo sólo hay preocupaciones de raza para el negro, y como nadie se fija en los judíos, éstos pierde el rencor que inspira la persecución y acaban por confundirse con los demás... A propósito; también viene un barquero de París, un señor condecorado, de barbas rojas y largas, que usted habrá visto por las mañanas en el paseo con las piernas envueltas en una piel y estudiando mamotretos llenos de cifras.

Pues y los doscientos cincuenta mil que murieron en la guerra de la Independencia, en la del 23 y en la de los agraviados, ¿qué dirían a esto? ¡Justicia divina! si la mente de Fernando VII se poblaba con estas cifras en aquel tristísimo fin de su reinado y de su vida, ¡qué horrible mareo para hacer juego con la gota! ¡Qué insoportable peso el de aquella corona carcomida!

Se había quejado de la celda y de los alimentos, había pedido que la dejasen leer y escribir, y había escrito efectivamente un estudio sobre la emigración suiza, lleno de cifras y datos estadísticos. Cuando la hicieron entrar en el gabinete del director, se sentó, a una seña de Ferpierre, y sosteniendo la mirada interrogadora de éste, se cruzó de brazos.

Todo puede ser puesto en duda, la belleza, el mérito, hasta la juventud, puesto que no se tiene en el mundo más que la edad que se representa y los sabios artificios de una mujer de cuarenta años hácenla asemejarse a otra de veinticinco. Solamente la fortuna se pesa y se mide y sólo las cifras tienen una realidad inflexible.

Su gracia y su hermosura, realzadas por la gravedad de los semblantes; la coquetería de sus movimientos al volver las hojas de los libros llenos de cifras y blasones; el modo de liarse a la muñeca los rosarios que parecían joyas; el inclinar la cabeza sobre el pecho anheloso, mirándose de reojo los pliegues de la falda; alguna tosecilla rebelde, rastro de los escotes del invierno, y alguna sonrisa cautelosa dirigida hacia las laterales de la nave, todo delataba una devoción superficial, elegante, frívola y mezquina; piedad exenta de grandeza, manchada de reminiscencias mundanales.

Eran los camarotes de las francesas, señoritas ordenadas y de buenas costumbres, que se acostaron sin presenciar el baile y estaban durmiendo con la honrada tranquilidad de un industrial en vacaciones. «Cien marcos», proponía uno. «Quinientos cincuenta», insinuaba otro, enfurecido por el silencio. «Mil... Dos mil...» Los dejamos soltando cifras ante las puertas obscuras e inmóviles.

Por una parte, posee en su fuerte cerebro la facultad musical; por otra, la fuerza matemática. Su ensueño está poblado de quimeras y de cifras como la carta de un astrólogo.

Haré, también, algunas averiguaciones, y me cercioraré por qué medios se pueden poner estas cifras en un inglés comprensible. Pensé en ese momento en un señor Bayle, profesor de un colegio preparatorio situado en Leicester, que era un verdadero perito en estas cuestiones de cifras, claves y anagramas, y resolví no perder tiempo en ir allí y conocer su opinión. A mediodía tomé el tren en St.

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