Vietnam or Thailand ? Vote for the TOP Country of the Week !
Actualizado: 4 de octubre de 2025
Y es buena casta de chicuelos: no será preciso ponerles ama de cría, que ya saben ellos buscarse la vida.
Y sin plegar casi el trapo, embestimos la playa, clavando la proa en la arena. ¡Señor, qué modo de trabajar! Aún me parece un sueño cuando lo recuerdo. Todo el pueblo se tiró sobre la barca, la tomó por asalto: los chicuelos se deslizaban como ratas en la cala. ¡Aprisa! ¡Aprisa! ¡Que vienen los del gobierno!
Los chicuelos que entonces le espiaban desde el gran portalón, esperando una oportunidad para jugar con el hijo del poderoso don Ramón Brull, eran los mismos que dos horas antes marchaban agitando sus fuertes brazos de hortelanos, desde la estación a la casa, dando vivas al diputado, al ilustre hijo de Alcira.
Era una verdadera madre la mujercita de la dulce sonrisa. En aquel grupo de conmovedora miseria había algo que él no había conocido jamás, y los dos pobres chicuelos, martirizados por el hambre, destinados a vivir como parias de la sociedad, gozaban lo que él, criado entre lujo y ostentación, no había tenido nunca.
De tarde en tarde se presentaba don Pablo el joven, que dirigía la gran casa Dupont, dejando que sus hermanos menores se divirtiesen en la sucursal de Londres, o doña Elvira con sus sobrinas, cuyos noviazgos llevaban revuelta a toda la juventud de Jerez. La viña parecía otra, más silenciosa, más triste. Los chicuelos que corrían por ella en pasados tiempos tenían ahora otras preocupaciones.
Salían de las Cambroneras poco después de surgir el sol, camino de la plaza de la Cebada, para decir la buenaventura y echar las cartas a las criadas, que eran su mejor clientela. Los hombres se desperezaban en la puerta; las bandas de chicuelos color de chocolate, descalzos y con la panza al aire, se agarraban a las faldas pintarrajeadas de las madres.
Allí quería ver él á ciertas gentes que sólo aspiraban la poesía en el polvo de lo antiguo, negando toda sensación artística á los descubrimientos modernos. Ningún poeta había dado una impresión de grandeza como la que se experimentaba ante aquel invento industrial. El infierno imaginado por el vate florentino resultaba un juego de chicuelos.
No bastaban la lluvia ni la nieve para que la oficina dejase de funcionar. Al romper el día llegaba el señor Manolo con sus ayudantes cargados de paquetes de periódicos. Tenía su especialidad, que era la venta de las afueras. Todos los vendedores, viejas, chicuelos y hombres haraposos, le rodeaban gritando, tendiendo sus manos para ser los primeros.
Arrojábanse sobre ella las mujeres, arrancándole la corona, tirando de sus pendientes hasta rasgarle las orejas, haciendo trizas sus blancas vestiduras. Al abrirse la puerta, salía como una bestia acosada entre la rechifla de los hombres, los arañazos de las mozas y las pedradas de los chicuelos, para refugiarse en casa de su padre. Este era inflexible.
Chicuelos semejantes al Gabriel de otros tiempos corrían jugando por las cuatro galerías o se sentaban encogidos en la parte del claustro bañada por los primeros rayos del sol. Mujeres que le recordaban a su madre sacudían sobre el jardín las mantas de las camas o barrían los rojos ladrillos inmediatos a sus viviendas.
Palabra del Dia
Otros Mirando