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Actualizado: 26 de julio de 2025


Yo, la verdad... si hubiá sido otra cosa, vamos al decir... novio toas las chicas lo tienen; pero que se hable con un cabayero... ma parecío mu feo, porque los señores, cuando buscan mocitas... ya sabusté pa lo que las quieren... Pepe, avergonzado y mohíno, esquivó la mirada: la ira y el rubor le sellaron los labios. ¡Me está Vd. dando lástima! Vamos, don Pepito, que no como tié Vd. pacencia.

Siguió aquel movimiento; vió que se iban del jardín, y aprovechándose él también del bullicio, se separó de sus amigos, como si por acaso los perdiese, y tomó la misma calle de árboles por donde vió que las dos jóvenes se habían precipitado buscando la puerta del jardín. Ridículo le parecía que hombre tan corrido como él corriese entonces desalado en pos de dos pobres chicas.

Volvió Nepomuceno cuando se levantaban de la mesa; se despidieron todos de Emma, repitiendo las bromas, recomendándole tales y cuales precauciones Körner, y aun Sebastián, que tenía una experiencia que no se explicaban las chicas de Ferraz en un solterón; y todas las vírgenes, Marta inclusive, se ofrecieron de allí para en adelante a servir a la amiga enferma, de enfermedad conocida, en todo lo que fuera compatible con el estado a que todas ellas todavía pertenecían.

En viendo que preparan la pistola, ya estoy tapándome los oídos: las chicas se ríen y mamá me dice siempre: «Niña, que te miran...». Pero yo no puedo.... ¡Mejor! Si la miran a usted, ¿qué más quieren los espectadores? declaró Baltasar cediendo a la destreza con que Josefina traía el diálogo al terreno personal.

Repuesto al cabo de su violenta emoción, el rapaz miró hacia el interior de la tienda, y vio á unas niñas y á dos ó tres personas mayores hablando con el alemán. Una de las chicas sostenía en sus brazos á la dama de los pensamientos de Migajas.

Varias noches, estando así, ya de sobremesa y no presentes las chicas que habían servido, doña Manolita tentó el vado, a ver si D. Acisclo declaraba la causa de su preocupación. Don Acisclo, aunque negaba que estuviese preocupado, lo daba a conocer cada vez más, si bien no confesaba la causa. Una noche, por último, D. Acisclo se mostró más preocupado, pero más alegre asimismo.

Un señorito tan principal como usted, ¿cómo no había de derrotar a un pelafustán como yo? Las chicas, en cuanto uno de ustedes les canta al oído cualquier cosita, se vuelven locas, aunque la mayor parte de las veces ustedes lo hacen por divertirse, cuando no para otra cosa peor.

Sólo el inglés se mantenía también tranquilo y serio. De cuando en cuando, sin que se alterase poco ni mucho la expresión fría de su rostro, gritaba en español chapurrado alguna frase asquerosa que hacía retorcerse de risa a las chicas. ¡Qué grasia tiene er chavó! ¡Maldita sea su estampa! exclamaba la Carbonera, que gozaba realmente con la excentricidad del inglés. Los demás no les hacían caso.

Se hace una querer del marido, enjaretándose los calzones como me los enjareto yo... Así se gobiernan las casas chicas y las grandes, señora, y el mundo. ¡Qué salero tienes! Alguna sal me ha puesto Dios, sobre todo en la mollera. Ya lo irá usted conociendo. Ea, que me marcho. Tengo que hacer en casa».

Lo que más suspendía el ánimo del tacaño era la idea de que todo aquel cielo estuviese indiferente á su gran dolor, ó más bien ignorante de él. Por lo demás, como bonitas, ¡vaya si eran bonitas las estrellas! Las había chicas, medianas y grandes; algo así como pesetas, medios duros y duros.

Palabra del Dia

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