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Creía de buena fe, con un escepticismo de profesional fatigada, que todos habían venido al mundo sólo para esto y eran incapaces de experimentar otros deseos. En todos los viajes es lo mismo, mon cher. Así como nos acercamos al Ecuador, los hombres se ponen locos y hay que sacudírselos como moscas. Y yo, ¡por nada del mundo!... ¡Aunque me ofrezcan mil! ¡aunque me ofrezcan dos mil!

Salíamos de Bignon, era imposible codearme con aquel rastaquère guaraní! El Príncipe notó sin embargo mis señas y me decía: Comment! c'est un de vos compatriotes qui vous appelle, n'est-ce pas? ¿Qué podía yo contestarle?... Bah! non pas, mon cher prince, c'est un parvenu, je ne le connais pas. ¿Y cómo concluyó el incidente? preguntó el señor del monocle.

La señora de Villemaurin fijó en él sus ojos espantados. Un ligero murmullo elevose entre los circunstantes. M. L'Ambert saludó de nuevo, y añadió: ¡Dioch mío! cheñora marquecha, que día tan felich va a cher echte para todoch! Una mano vigorosa asiole por el brazo izquierdo, haciéndole girar sobre mismo. Volviose, y reconoció al marqués.

Una noche, por ejemplo, se ponían en la escena en movimiento los muñecos de palo de Racine y de Corneille, oyéndose en monótonos yámbicos españoles lo que los franceses califican de dignidad indispensable del estilo trágico, esto es, frases ridículas de polichinelas, como la siguiente: Mourons, mon cher Osmin, moy comme un visir, et toi Comme le favorí d'un homme tel que moy.

Al saber que el que llegaba con el maestro era el famoso Gallardo y reconocer su rostro, tantas veces admirado por ella en periódicos y cajas de cerillas, la extranjera perdió el color y sus ojos se enternecieron. ¡Oh, cher maître!... Le sonreía, se frotaba contra él, deseando caer en sus brazos con todo el peso de su voluminosa y flácida humanidad.