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Actualizado: 25 de julio de 2025


Ajustaba su airoso talle la casaca encarnada de los maestrantes de Sevilla, con sardinetas y charreteras de plata, y cruzaba su pecho, de un lado a otro, una de esas grandes bandas que se crean para premiar el mérito y fomentar la virtud, y se usan para satisfacer vanidades o adornar buenos mozos; el calzón de punto blanco ceñía la bien formada pierna, y la alta y charolada bota y el tricornio con finísimo penacho blanco completaban aquel pintoresco traje.

En este bosque hay un gigante de veinte pies de alto, que se almuerza un buey entero, y cuando tiene sed al mediodía se bebe un melonar. Figúrate qué hermoso criado no hará ese gigante con un sombrero de tres picos, una casaca galoneada, con charreteras de oro, y una alabarda de quince pies. Ese es el regalo que te pide mi hija antes de decidirse a casarse contigo.

Decía que el presupuesto de guerra «era la sangría suelta por donde se escapaban las fuerzas vivas de la naciónfrasecilla que había leído en el Boletín de Contribuciones Indirectas, y que había hecho suya con extremada fruición. Llamaba vagos a los soldados y profesaba rencor inextinguible a los galones y charreteras.

Lavalle, La Madrid y tantos otros, son argentinos siempre, soldados de caballería, brillantes como Murat, si se quiere; pero el instinto gaucho se abre paso por entre la coraza y las charreteras. Paz es militar a la europea: no cree en el valor solo si no se subordina a la táctica, la estrategia y la disciplina; apenas sabe andar a caballo; es, además, manco y no podría manejar una lanza.

No faltan, por cierto, militares de carrera, como los generales Trujillo, Salgar, Camargo, Sarmiento, etc., que han hecho sus pruebas y que en la presidencia han sido los primeros en respetar la Constitución; pero va desapareciendo el general de barrio, el cacique de charreteras, que es un azote en otras secciones de América.

De tal modo arreciaron la metralla y la fusilería enemiga, que casi toda la primera fila del valiente regimiento de Órdenes cayó, cual si una gigantesca hoz la segara. Pero sobre los cuerpos palpitantes de la primera fila pasó la segunda, continuando el fuego. Como si los tiros franceses persiguieran con inteligente saña las charreteras, el regimiento vió desaparecer a muchos de sus oficiales.

Era el suyo un verdadero tipo militar, tostado por el sol, curtido por el aire, lleno de franqueza y no exento de cierta astucia socarrona; el gran chaleco que llevaba, el recio capote gris-acero, el tahalí, las charreteras, parecían formar parte de su persona. No hubiera sido posible imaginárselo de otro modo.

Palabra del Dia

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