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Entretanto el de Luzmela pugnaba en vano por hablar. Su vida parecía haberse reconcentrado en los desorbitados ojos, que miraban con incensatez, hasta que, tras un nistagmo penoso los cerró para siempre.

Entró don Santos en la tienda, que era como el Magistral se la había representado, y dejándose alumbrar por el sereno atravesó el triste almacén donde retumbaban los pasos como bajo una bóveda, y subió la escalera lentamente, respirando con fatiga. El sereno salió, después de entregar la llave al amo de la casa. Cerró de un golpe y se fue calle arriba. Obscuridad y silencio.

Pero cuando ya D. Francisco metía la uña en el huequecillo de la madera, hubo en su espíritu un cambio de intención que debió de ser milagroso... Retirando sus dedos cerró la arqueta. A Rosalía le volvió el alma al cuerpo, y sus pulmones respiraron de nuevo.

¡Y que tacaño se vuelve el Absoluto! Mala landre le mate, si con estas miserias logra derribar la Constitución. Deje usted andar, que ya se arreglará esto contestó el viejo dando un suspiro. Y al darlo cerró la boca de tal modo, que parecía que la mandíbula inferior se le quedaba incrustada dentro de la superior.

¡Ah! ¡Qué amigos estos! exclamó ella en lo último de la angustia ¡Y luego nos injurian si al vernos desamparadas corremos a la degradación! Bueno, bueno; me perderé, me arrastraré». Miquis cerró los ojos para no verla. Si la veía un momento más estaba perdido... Por lo que, sin añadir una palabra, echó a correr fuera del gabinete y de la casa.

Y me cubrió usted con su manta; no lo he olvidado... ¡Qué bueno fue usted! Es verdad que lo es usted siempre... En seguida cambió de tono y me dijo con una especie de dureza: Todo aquello pasó. Ha crecido usted, se ha hecho una guapa joven y ya no siento deseo alguno de hacer de nodriza. Se levantó y cerró la ventana, por creer que la noche estaba fresca. Y se marchó.

Hay mas: un cristiano español ó mixto, hizo una relacion, que anda por Buenos Aires, en que dice en suma, que llevándole cautivo, ó de otra forma, llegó á una de estas ciudades, de que cuenta grandezas, y que en cierto parage antes de llegar, habia un cerro de diamantes, y otro en otro parage de oro.

La voz era, cascada y la pronunciación lenta, fatigosa, como si estuviera aplaudiendo en su palco del teatro Real los trinos de una prima donna. Don Rosendo se apresuró a darle noticias de la romería. Le mostró con la mano el cerro de la ermita, que se veía a lo lejos.

Este rio es ancho, profundo y sin corriente: de ahí para la ciudad de los españoles es todo llano, hasta llegar al cerro ya dicho de los Cochinos. Este es un bajo, en el que hay muchos cochinos alzados, de los que se aprovechan los españoles, y tambien los indios.

Julio agregó, levantándose de improviso y corriendo como una loba hacia la puerta abierta de la habitación inmediata, que cerró con precipitación; Julio me repitió, yo he desairado a todos los hombres que vienen a esta casa, todos me son odiosos... Yo necesito un hombre joven, que me quiera, que me su alma, su corazón, en cambio de todo, de todo mi amor.