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Actualizado: 3 de mayo de 2025
En la concavidad del escabón parece aletear un gran pájaro invisible que acordase su vuelo con la voz del viento y el tumbo de las olas. La cortina cenicienta de la lluvia ondula en el claro de luz que recorta la boca de la cueva. Algunas sombras llegan a cobijarse y se agrupan en el umbral, alentando afanosas de la carrera.
Incorporándose, columbró Fernando por entre las cabezas de la mesa inmediata la cabellera rubia cenicienta de Maud. Isidro preguntó a Munster por el doctor Rubau. Nadie le había visto. Continuaba metido en su camarote, para solemnizar con este encierro el doloroso aniversario.
Tenía los ojos hundidos y circundados de una aureola cenicienta; parecía que le habían chupado las brujas los pocos jugos de la cara, sobre la que caían, por debajo del pañuelo atado a la cabeza, encrespados mechones de cabellos grises; le temblaban los resecos labios, y salía de su garganta la voz enronquecida y como rechinando.
Por fin suenan las doce de la noche y cambia la decoración como en los cuentos de hadas. La Cenicienta sube con su hermana mayor, o con su madre, hacia las económicas cumbres de Batignolles o de Montmartre. ¡La pobre cojea un poquito! El lodo inmundo salpica sus medias grises.
A mi ver, en el drama del Sr. Hauptmann no quedan, con mayor realidad objetiva que el cuento de la Cenicienta, todas las esperanzas ultramundanas y todas las más altas verdades religiosas. Otro día analizaré el otro drama que he citado, que se titula El maestro de Palmira, y que aún me parece más extraordinario.
El sol, casi oculto tras larga nube cenicienta, bañaba de dorado rubor la llanura, las colinas, las casuchas blanqueadas del vecino arrabal de Antequeruela. La tarde era lúcida y benigna. Un olor de tierra humedecida llegaba de la Vega. A esa hora, más de una mano morisca abría las acequias para embeber los regadíos. La figura de Aixa apareció de pronto al borde del brasero.
El rio corre por el fondo de una hoya profunda formada por altos contrafuertes ó cordones de montañas ásperas, sobre un lecho pedregoso, llevando en sus revueltas ondas una espesa disolucion de arenas graníticas y calizas que le dan su tinta cenicienta.
La mañana seguía cenicienta; nubes y más nubes plomizas salían como de un telar de los picos y mesetas del Corfín, caían sobre la sierra, se arrastraban por sus cumbres, resbalaban hacia Vetusta y llenaban el espacio de una tristeza gris, muda y sorda. «No hace frío», observó Frígilis al llegar a la estación. No llevaba más abrigo que su bufanda a cuadros.
Palabra del Dia
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