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Actualizado: 21 de mayo de 2025
Vinieron, pues, y con ellos creció tanto el número de los Catecúmenos, que ya la iglesia, aunque muy grande, no era capaz de tanto concurso, y fueron tantos los trabajos del santo varón, que sin tomar descanso, sudaba de día y de noche en cultivar aquellas almas, que aunque el vigor de la caridad le daba espíritu y aliento para sufrir los trabajos, con todo eso cayó enfermo de pura flaqueza del cuerpo que se rindió debilitado al grande peso de las fatigas y contínuas incomodidades en que vivía, y asaltándole una ardientísima fiebre que no le dejaba tener en pie, se vió precisado á postrarse en el duro suelo debajo de una choza descubierta por todos lados, en la cual, falto de todo conorte y destituído de todo remedio humano, en pocos días le consumió y trabajó tanto, que se vió reducido poco menos que á los últimos períodos de su vida.
Parecían catecúmenos que luego de las abluciones y de vestir nuevas túnicas no saben qué otra ceremonia les aguarda más allá de la puerta cerrada. Miraban con inquietud la tierra que iba costeando la nave, una barrera amarilla, ondulosa, de cumbres bajas. ¿Qué encontrarían en aquella América?... Ya no sonaba el acordeón; los rusos habían olvidado su danza gimnástica.
Viendo el fervorosísimo operario un nuevo campo en que sembrar la palabra Evangélica para recoger no menos almas para el cielo que merecimientos para sí mismo, deseaba poner cuanto antes manos á la obra; no obstante, considerando sabiamente que era necesario asistir también á tantos Catecúmenos como había en el pueblo de San Francisco Xavier, y que era mejor tener pocos y bien doctrinados que muchos é ignorantes, que aunque se ganan fácilmente, con la misma facilidad también se pierden, se resolvió á gastar la mayor parte de aquel año en este ejercicio, usando de todas las industrias de su caridad y de su celo en desarraigar de los Xavieristas la barbarie, la lascivia, la embriaguez y cuantos males trae consigo la vida brutal, é imprimir en ellos las virtudes y buenas costumbres que se requieren para vivir como cristianos.
Yo... la dotrina replicó la penitente temblando... muy mal. No sé nada. El capellán no hizo aspavientos. Al contrario, le gustaba que sus catecúmenos estuvieran rasos y limpios de toda ciencia, para poder él enseñárselo todo. Después meditó un rato, las manos cruzadas y dando vuelta a los pulgares uno sobre otro. Fortunata le miraba en silencio.
El fraile ni se dignó responder, prosternándose ante el ara... «Ces spagnols catholiques son entêtés comme des huguenots!» murmuró entonces el gascón. Y comenzó el rosario. Fray Anselmo iniciaba las Avemarías, que luego coreaban sus catecúmenos. Era interminable aquel rosario... Atraído por las luces y la curiosidad, entró en la capilla un gato negro, familiar de la casa.
Lo más que podrá ocurrir, será que con su desdén orgulloso abatan y hundan en la abyección a los pueblos de que se enseñoreen, y que tal vez, predicándoles y enseñándoles doctrinas religiosas contrarias a la fe católica, sin el esplendor artístico y sin la pompa de sus ritos y con un concepto tremendo y duro de la justicia divina, no templada por la misericordia, entristezcan y desesperen a sus catecúmenos y los hagan morir de aburrimiento.
»Los hijos de Odino se han cubierto de ignominia doblando las cervices bajo la maza Carlovingia: Witikindo se ha sostenido solo contra el bárbaro de Austrasia, los demas caudillos germanos han palidecido como mugeres y revestido en Paderborn las blancas túnicas de los Catecúmenos incircuncisos .
Palabra del Dia
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