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Actualizado: 3 de julio de 2025


Además, bueno es dejar un margen al leyente para que, con su propia solercia, espigue en el FLORILEGIO lo bello y lo galano. La poesía filipina, por la época de su gestación, brota ¡en castellano! algo hostil a la Metrópoli exdominadora.

Vaya, sea enhorabuena contestó el castellano, porque yo por ahí atrás me dejaba reinando a mi señora la reina... ¡Casteçao! No se enfade vuestra merced... y de allí a poco entraban ya compadres por el pueblo el portugués de la mala cara y el español de las buenas palabras.

Esta es la casa abandonada de que nos habló: adelante, todo derecho. Tres horas de fatiga y estamos en salvo... por ahora. El que así habló era un muchacho alto, moreno, nervudo y fuerte, con tipo de castellano viejo. Tenía los pies doloridos y andaba penosamente. Pateta estaba desconocido. El gatera madrileño, de aspecto endeble, se había robustecido con el aire del campo.

Entendíasele un poco más al castellano de gallego que de achaques de gobiernos, y con voz reposada y tranquilo continente: Yo no de quién soy vasallo contestó, ni me urge saberlo, sino que voy a mis negocios: yo ni pongo rey ni quito rey: quien anda el camino tenga cuidado... Enfadábase ya el portugués, y era cosa temible.

Para la lírica, y especialmente para las formas más cultas, que adoptó la poesía provenzal, no bastaba el castellano, rudo é informe en aquella época.

Después sobreviene una nueva calamidad, la expulsión de los judíos hispánicos, tan compenetrados con el espíritu de este país, tan amantes de él, que aún hoy, después de cuatro siglos, esparcidos por las riberas del Danubio o del Bosforo, son españoles y lloran en viejo castellano la patria perdida: Perdimos la bella Sión; perdimos también España, nido de consolación.

Un almuerzo de confianza en sus habitaciones. Vendría el amigo. Indudablemente sería de su gusto ver de cerca a un torero. Apenas hablaba castellano, pero le placería conocer a Gallardo. El espada apretó su mano, contestando con palabras incoherentes, y salió de la habitación. La ira enturbiaba su vista: le zumbaban los oídos.

Doña Pepa había muerto, y Labarta, sacudiendo la modorra lacrimosa de su abatimiento, la despedía con un largo cántico. Ulises pasó los ojos por el recorte de periódico que iba dentro de la carta conteniendo los últimos versos del poeta. Eran versos en castellano. ¡Malo!... Después de esto, resultaba indudable su próximo fin. No tuvo ocasión de verle otra vez: murió estando él de viaje.

¿V. no sabe, padre, que eso se califica con un vocablo novísimo en castellano, y que suena mal y como censura? ¿Qué vocablo es ese? Coquetería.

Basilio entonces ya sabía el castellano, y supo contestar con el intento manifiesto de no hacer reir á nadie. Aquello disgustó á todos, el disparate que se esperaba no vino, nadie pudo reir y el buen fraile jamás le perdonó el haber defraudado las esperanzas de toda la clase y desmentido sus profecías.

Palabra del Dia

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