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Actualizado: 3 de noviembre de 2025


No puedo ni debo llamarlo así. ¡Y dale, Jesús Señor, con la matraca! ¿Cómo quier, alma de Dios, que se lo diga? En castellano corriente... por derecho... sin callejuelas de escape.

Las alemanas, con trajes vistosos y disparatados, se besaban al encontrarse, hablando á gritos. La lengua germánica, confundida con el catalán y el castellano, parecía pertenecer al país.

Desde el primer día de su llegada, y por cierto que un cierto le considera como rival... en la herencia... Y creo que va á verse con el General para la cuestion de la enseñanza del castellano. En aquel momento un criado vino para decir á Isagani que su tío le llamaba.

Si vencemos nos sobrarán caballos del enemigo. Puesto que el jefe castellano nos ha descubierto y no se oculta, enseñémosle también los colores de nuestra bandera. Nuestras almas están en manos de Dios, nuestros cuerpos al servicio del rey. ¡Desenvainemos las espadas, por San Jorge é Inglaterra!

Ya le entiendo a usted: usted quisiera ser cómico aquí, y así será preciso examinarle por la pauta del país. ¿Sabe usted el castellano? Lo que usted ve... para hablar, las gentes me entienden... Pero la gramática, y la propiedad, y... No, señor, no. Bien, ¡eso es muy bueno! Pero sabrá usted desgraciadamente el latín, y habrá estudiado humanidades, bellas letras... Perdone usted.

En España nadie había pensado en traducirla hasta que el entendido arabista D. Francisco Pons, muerto por desgracia en la flor de su edad, devolvió esta joya a la tierra en que se había criado, trasladándola con gran primor, fidelidad y elegancia al idioma castellano, que hoy se habla en ella.

Don Lope, abriéndolo, leyó de esta manera: "Un príncipe de Granada a un castellano: Si mi palabra y mi honra no me hubieran tenido preso donde mis manos no podían vengar mis injurias, anoche mismo hubiera bañado con tu sangre las rejas de María.

El Agamenón vengado se prestaba aún menos que la Raquel á restaurar el brillo del drama castellano. Pero si La Huerta tenía pocas facultades para autor dramático, era aún más limitada su vocación de crítico.

Tan turbado estaba D. Rodriguín, que las primeras palabras salidas de su boca fueron un latinajo incomprensible. No acertaba a pedir socorro en castellano ni a expresarse tampoco en vulgar latín.

En castellano claro y por derecho, señora marquesa, pues creo haber penetrado la intención de usted al hacerme esas preguntas: yo no la he de malvender a usted jamás sus propiedades: en primer lugar, porque no la considero capaz de abusar de mi buena fe hasta el punto de arrastrarme a aquel extremo, y después, porque, aunque lo fuera, tampoco lo conseguiría. ¿Por qué?

Palabra del Dia

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