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Las segundas, para el éxito intelectual y estético. Belarmino era de esta segunda clase de personas. Xuantipa le hacía levantar a escobazos, como en un ojeo se ahuyentan las liebres encamadas. Después, durante las horas antemeridianas, era hombre inútil. Sentía la frente llena de humareda que le descendía a los ojos y se los escocía y enturbiaba.

Un almuerzo de confianza en sus habitaciones. Vendría el amigo. Indudablemente sería de su gusto ver de cerca a un torero. Apenas hablaba castellano, pero le placería conocer a Gallardo. El espada apretó su mano, contestando con palabras incoherentes, y salió de la habitación. La ira enturbiaba su vista: le zumbaban los oídos.

Don José iba a El Escorial los domingos en el tren de recreo cuando Melchor quedaba en Madrid. ¡Qué feliz aquel día! ¡Diez horas con Isidora y con Riquín! Algo enturbiaba su dicha el notar en su ahijada una tristeza sombría y como enfermiza. Si hablaba de Melchor lo hacía en los términos más desfavorables para el aprovechado joven. ¡Y qué ardientes deseos tenía de volver a Madrid!

Pero el Tuerto, á quien el llanto de su padre y el recuerdo de sus hijos estaban martirizándole el alma, temiendo ceder al cabo al peso de la aflicción que ya enturbiaba sus ojos, al ver el poco efecto que en el patrón habían hecho las órdenes anteriores, ¡Larga! gritó con ruda y tremenda voz, dominando con ella los alaridos de tierra, y fijando su torva mirada en el viejo marino.

Ni la más ligera duda ni la más pequeña desconfianza enturbiaba su convencimiento. A esta confianza unía una sencillez y una falta tan absoluta de malicia, que le dejaban a uno perplejo. Sólo el mar puede producir tipos semejantes.

Alzóse en esto el hombre, que estaba sentau en una peña debajo del binquizal más tupío que hay ayí, y habló pa chunguease con los mis ajuegos que bien a la vista estaban, y pa jurame que venía de paz, si no se le ponía en extremos de venir de guerra... porque él a too se amañaba... Y entonces, entonces, señor don Marcelo, entonces fue cuando yo entendí que se me enturbiaba la vista, y se me cuajaba la sangre en las venas, y se jundía el suelo en que pisaba... Aqueyu fue el espantu de los espantus, y las congojas de las agonías de la muerte... Porque ¡Santa Virgen la mi Madre celestial! aquel enemigo de hombre tan jaraposu y tan mal encarau, por voz y moviciones y palabras, resultó ser él, ¡el mesmu en huesu y carne, en alma y vida!

Pero el Tuerto, á quien el llanto de su padre y el recuerdo de sus hijos estaban martirizándole el alma, temiendo ceder al cabo al peso de la aflicción que ya enturbiaba sus ojos, al ver el poco efecto que en el patrón habían hecho las órdenes anteriores, ¡Larga! gritó con ruda y tremenda voz, dominando con ella los alaridos de tierra, y fijando su torva mirada en el viejo marino.