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Actualizado: 19 de junio de 2025


Pero de qué enemigos la vitoria No alcanzará un ingenio tan florido? Y una bondad tan digna de memoria? DON ANTONIO GENTIL DE VARGAS, pido Espacio para verte, que llegaste De gala y arte, y de valor vestido; Y aunque de patria Ginoves, mostraste Ser en las musas castellanas doto, Tanto que al esquadron todo admiraste.

El ingeniero D. Domingo Esquiaqui, citado por el señor Ortiz, midió la catarata con la sondalesa y el barómetro, y halló que su altura, desde el nivel del río hasta las piedras que sirven de recipiente a sus aguas, es de 264 varas castellanas o 792 pies. Tenemos ya una opinión científica que aumenta en un tercio la cifra de Humboldt.

El sueño me venció miéntras pensaba en el inmenso porvenir que le está reservado á la España progresista y demócrata. Un cura en diligencia. Las llanuras castellanas. Un poco de diplomacia. La provincia de Valladolid. La capital; sus monumentos, curiosidades, costumbres é industrias.

El carruaje y las guarniciones brillaban como si fueran de oro, y los caballitos con sus rosas blancas a cada lado de la cabeza. La muchedumbre se había aglomerado en el patio de la estación, y allí supieron que tendrían el honor de asistir a la llegada de las castellanas de Longueval.

Nunca me he dado á la poesía, y en cuanto hoy miro veo redondillas castellanas. Vamos al presunto presidente. Monsieur Col, el hombre grueso, De presidente saldrá, Y de este modo tendrá Verdura todo el Congreso. A los veinte pasos del retrato del señor Col, vimos venir como una procesion de hombres, en el momento de desembocar de la calle de Provenza.

Unas se dedicaban al cuidado de los niños abandonados, como otras tantas madres dadas por la Providencia, otras vendaban las heridas de los guerreros, como las princesas de los siglos heroicos y las castellanas medioevales.

Mucho concurso llenaba ya la casa cuando llegó el soldado a los umbrales. Las costumbres árabes, alteradas antes que puestas en olvido, y las usanzas castellanas admitidas y siempre repugnadas, daban mucha extrañeza a este festejo.

Cuando quería ver por dónde andaba tal o cual columna, hacia dónde estaba situado este o aquel pueblo, le descolgaban el cartón del mapa y le daban una cajita con las banderitas que el pobre señor se hizo, por vía de entretenimiento, con alfileres y papelitos de colores: las había blancas para los carlistas y moradas para el ejército, por decir don José que este era el color de las antiguas libertades castellanas.

En la ventana de la cabaña estaba una mujer hilando: su peinado y el corte de sus vestidos reproducían con una exactitud teatral, la imagen de esas heladas castellanas de piedra que vemos acostadas encima de los sepulcros. Aquellas gentes no eran de aspecto vulgar: tenían en el más alto grado esa apariencia fácil, graciosa y grave, que llamamos aire distinguido.

La femenina se hallaba en la diligencia cuando entré, y me contestó con la gracia circunspecta que distingue á las castellanas, el atento saludo que le hice al instalarme á su lado. Era por cierto una de esas mujeres que entre los Españoles merecen el calificativo muy honorífico de guapas mozas, aplicado frecuentemente á la reina para expresar la idea del garbo y de la distincion en el porte.

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