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Actualizado: 6 de mayo de 2025
Eran los restos del primer día de Carnaval, el confetti y las cintas de papel recogidos por la mañana en los paseos de Madrid; el residuo de la alegría de todo un pueblo, que se mezclaba en tal sumidero con los restos de su comida y sus ropas.
Al terminar la temporada de Carnaval, aparecen en la Galería los artistas que han pasado el invierno en los principales teatros del mundo.
Te conozco me dijo; no temas: vienes a observar el Carnaval en un baile de máscaras, ¡Necio! ven conmigo; do quiera hallarás máscaras, do quiera Carnaval, sin esperar al segundo mes del año. Arrebatome entonces insensible y rápidamente, no sé si sobre algún dragón alado, o vara mágica, o cualquier otro bagaje de esta especie.
Y emprendió la marcha, seguido un buen trecho por los perros de Zaratustra. Al entrar en el barrio de las Carolinas quedó desconcertado y confuso por el aspecto que ofrecía en pleno Carnaval. En aquella gente adornada con los despojos de una ciudad, no se distinguían fácilmente las máscaras de los que no iban disfrazados.
No había ido por la tarde al paseo del Prado; incomodábala mucho aquel eterno dar vueltas de los días de Carnaval, expuesta siempre a oír las desvergüenzas que escupen la envidia y la insolencia tras el anónimo de una careta... ¡Cuántas había escuchado ella antes de salir escarmentada!
Acompañábanlos también otras muchas personas con los trajes más apuestos, saltando y bailando, como si fuese Carnaval, al compás de los instrumentos. El Rey fué á la iglesia de Santa María, próxima al palacio, y, después de oir la misa, regresó con un cirio en la mano.
Algunas veces me dan licencia para viajar en compañía de mis alcaydes; y he venido á pasar el carnaval á Venecia. Dixo luego el tercero: Yo soy Carlos Eduardo, rey de Inglaterra, habiéndome cedido mi padre sus derechos á la corona.
Dixo despues el quinto: Tambien yo soy rey de los Polacos, y dos veces he perdido mi reyno; pero la Providencia me ha dado otro estado, en el qual he hecho mas bienes que quantos han podido hacer en las riberas del Vistula todos los reyes de la Sarmacia juntos: tambien me resigno á los juicios de la Providencia; y he venido á pasar el carnaval á Venecia.
Pues te acompañaré en él a tu casa, y me llevará después a la mía. ¿Traes armas? dijo ella muy bajo. Sí, un revólver. Siguieron ambos hacia Recoletos, mirando ella a todas partes muy azorada, procurando él rechazar con la idea de que era un chasco de Carnaval la carta de Pérez Cueto la inquietud que a pesar suyo le causaba el extraño terror de Currita.
Pero él, por supuesto, fue a tomar café y a paseo. Ana se quedó sola. Desde el balcón abierto de su tocador se oía la música lejana del Paseo Grande donde se celebraba el carnaval. Aquella música confusa, que parecía ráfagas intermitentes, le llenó el alma de tristeza. Pensó en Mesía, el tentador, y pensó en el Magistral enamorado, celoso... indefenso.
Palabra del Dia
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