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Actualizado: 28 de mayo de 2025


Mi padre ríe de tan buena gana, no a carcajadas, pero con tal fe e intención, que se toma parte en su alegría aun sin saber por qué. Sus ojos ríen al mismo tiempo que sus labios y las mejillas, la barba y hasta las orejas parece que se divierten a la vez con lo que le hace reír, que es, a veces, un pensamiento que ni siquiera ha dicho.

Continuaba Watson sus risas, y esta insistencia venció finalmente la fingida gravedad de la joven. Los dos unieron sus carcajadas; pero la señorita Rojas mostró á continuación un interés maternal, que le hizo enterarse minuciosamente de la vida que llevaba su amigo.

No me lo diga usted dos veces... Está a su disposición... ¡vaya una alhaja! ¿? Pues me lo llevo... mire usted que yo soy una urraca.... Y que era una urraca, como que así la llamaba doña Paula: la urraca ladrona. Donde hacía estragos era en los comestibles. Llegaba a casa de una vecina riendo a carcajadas. ¿Sabes lo que me pasa?

Reían a carcajadas en alguna página y a la siguiente sin saber cómo se enternecían y hacían pucheritos, porque aquel autor gozaba el privilegio de subyugarlos y arrastrarlos al sentimiento que bien quería. Cuando Visita notó que su marido comenzaba a fatigarse le hizo cerrar el libro y lo guardó de nuevo en su bolsita.

El de la hopalanda, no bien se acercó lo suficiente, pronunció un «a los pies de ustedes, zeñoras», que hubiera provocado una explosión de carcajadas, si al pronto no pudiese más la curiosidad que la risa. ¡Tenía el bueno del hombre una voz tan rara, ceceosa a la andaluza, y una pronunciación tan recalcada!

Los paisanos rieron á carcajadas. Todos le abrazan hechizados por tan espiritual salida.

¡No es verdad, Paco; no me ha visto usted! Decía otro: Pilar, ¿dónde compra usted esos abanicos tan monísimos? Pilar prorrumpía en carcajadas. ¡Qué guasón! Y ¿dónde ha comprado usted aquel perro tan feo que llevaba usted hoy en el paseo? Feo, ; pero gracioso. Confiéselo usted. Tales frases hacían desbordar la alegría de aquellos pechos juveniles.

El cielo enviaba una dulce sonrisa protectora a la tierra. La tierra contestaba con frescas carcajadas de júbilo. El alma de Andrés también reía. Quedó inmóvil un instante a la puerta del bendito doctor, deslumbrado, el corazón henchido de emociones, bebiendo y aspirando la luz que le inundaba, gozando como dicha infinita el vaivén y los rumores de la calle.

Es verdad. El pueblo español forzosamente ha de ser así. Creyó a ojos cerrados en sus reyes y sacerdotes como únicos representantes de Dios, y se moldeó a su imagen y semejanza. Su alegría es la del fraile: una alegría grosera, de chistes sucios, palabras gruesas y carcajadas como regüeldos.

Su charla bulliciosa, sus frescas carcajadas despertaban a los vecinos que aún yacían entre las sábanas, les hacían sonreir beatamente trayéndoles al recuerdo otros días de San Antonio cuando la juventud chispeaba también en sus ojos y en la copa de la vida aún no había caído ninguna gota de hiel. ¡Quién no recordaría en Sarrió alguno de aquellos viajes a la ermita en una mañana límpida y suave, con las piernas ligeras y el corazón mecido dulcemente en la esperanza de ver pronto al dueño adorado y pasar el día cerca de él!

Palabra del Dia

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