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La duquesa de Bara no le dejó acabar: juzgaba ella imposible hacer tragar a la Villasis la vicepresidencia de Currita, como no fuera cogiéndola de sorpresa, presentando de improviso la candidatura aprobada ya por unanimidad en la junta magna de señoras que había de celebrarse; y aun así y todo, desconfiaba mucho del éxito, porque era María Villasis una quijota impertinente y ridícula, capaz de desairar a Madrid entero si se le ponía entre ceja y ceja el hacerlo.

Encontró, pues, el marqués en los Genets hasta media docena de lindas y candorosas señoritas, quienes, a pesar de su probada inocencia, parecían darse cuenta bastante exacta de la situación; por lo menos así se hubiese creído considerados sus respectivos comportamientos, pudiendo presumirse que estaban en el secreto y aun en la complicidad de la baronesa, visto cuanto cada una de ellas, según sus personales intuiciones y peculiar estilo, ponía de su parte, a fin de hacer triunfar su candidatura.

La única manera de vivir seguro en aquella tierra es irse con el que manda. Mi general era el hombre de confianza del presidente y el sostenedor de la candidatura patrocinada por éste.

Indudablemente, el analfabetismo vale mil veces más que la censura. Todo el arte de los escritores radicales se estrella contra el hombre del campo, hombre sano de cuerpo y de inteligencia, que no sabe leer ni lo necesita para trabajar las tierras de su señor y para darles el voto a los candidatos del orden. Y el hombre del campo ha votado la candidatura ministerial.

Pasmóse interiormente el gran Robinsón, porque ignoraba por completo que semejante candidatura se hubiera presentado; mas pareciéndole contrario a su decoro manifestar ignorancia, y cediendo a su hinchada vanidad, que le llevaba siempre a disfrazarlo todo con solemnes mentiras y enigmáticos conceptos, a fin de mantener en alza su crédito político, replicó imperturbable. Ha contado. Entonces...

Siempre que leía uno de mis artículos contra los enemigos de la candidatura del gobierno, celebraba con entusiasmo los insultos más atroces. ¡Qué pluma la suya, Maltranita!... ¿Cómo pagarle sus servicios á la buena causa? Muy fácilmente; yo no podía aspirar á una legación diplomática ni á un ministerio cuando triunfase nuestra candidatura; eso quedaba para los mejicanos.

Soy de lo más simpático a estas gentes; si presentase mi candidatura para algo, ni uno sólo me negaría el voto. Todos amigos... ¡Y qué mezcla!

Había trabajado como un perro por la candidatura del partido repartiendo papeletas a las puertas de los colegios, tuvo una disputa con un municipal que le quería llevar atado, y lo sufrió todo... todo por el partido y el candidato... y ahora le ofrecían como recompensa un puesto de peón en el adoquinado, nueve horas de trabajo al sol y siete reales.

Como los otros aspirantes á la presidencia pertenecían al ejército, la candidatura gubernamental usaba el título de «antimilitarista». Castillejo y otros compañeros de generalato, que habían fusilado centenares de hombres, quemado estaciones y pueblos, y vivían en plena paz con la misma violencia que cuando hacían la guerra, pronunciaban discursos sobre discursos, cantando las excelencias de ser gobernados por un «civil» y la necesidad de terminar con el militarismo.

Sin más apoyo que unos cuantos amigos tan ilusos como él, presentaba su candidatura á la presidencia, afirmando que era la «única candidatura civil». ¡Pero si ese muchacho es un loco! decía yo, extrañado de la preocupación de Castillejo . ¡Si no puede juntar más allá de un centenar de votos!... Ya que usted le hace el honor de tenerle en cuenta, voy á demolerlo con un artículo.