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El rostro de la niñita era una llaga viva: tenía los dientes apretados por la última convulsión; con la mano izquierda asada por el fuego, se asía desesperadamente de una de las varillas de bronce de la camita, y la derecha, dura, rígida en ademán amenazante; la actitud del cadáver revelaba los esfuerzos que la víctima había hecho para escapar del fuego, en vano.

Una mariposa nocturna pasó rozándome la frente. Encendí la bujía y cerré la vidriera. Allí estaba mi lecho de niño: la camita de hierro con sus blancas colgaduras, y por la cual había yo suspirado tantas veces en el frío y desolado dormitorio del colegio. Allí estaba el aguamanil provisto de todo, con su toalla tejida por la tía Pepa.

Pusimos el hato en el carro de un Diego Monje; era una media camita y otra de cordeles con ruedas, para meterla debajo de la otra mía y del mayordomo, que se llamaba Aranda; cinco colchones y ocho sábanas, ocho almohadas, cuatro tapices, un cofre con ropa blanca y las demás zarandajas de casa.

, don Andrés dijo Rafael; recuerdo perfectamente al doctor Moreno. El miedo que le había inspirado en la niñez, y las diabólicas melodías que por la noche llegaban hasta su camita, estaban aún frescos en su memoria. Pues bien continuó el viejo; esa señora es la hija del doctor. ¡Qué hombre aquel! ¡Cómo nos hacía rabiar a tu padre y a en el 73!

Pusimos el hato en el carro de un Diego Monje; era una media camita y otra de cordeles con ruedas para meterla debajo de la otra mía y del mayordomo, que se llamaba Baranda, cinco colchones, ocho sábanas, ocho almohadas, cuatro tapices, un cofre con ropa blanca, y las demás zarandajas de casa.

Pasaba revista a los cuadros, se detenía ante el tocador, abría los frascos, palpaba las cortinas y hasta entraba en la alcoba para ver la cama, dejando escapar exclamaciones de asombro por lo bien arreglado que estaba todo y especialmente por el lustre particular de los muebles. ¡Qué cuarto tan lindo tienes, chica!... Parece una taza de plata... ¡Qué camita tan blanda y tan mona!

Yo me encargo de pagarle la pensión en casa de Candelaria dijo Barbarita, secreteándose con su hija como los chiquillos que están concertando una travesura . Me parece que debo empezar por comprarle una camita. ¿A ti qué te parece? Replicó la otra que le parecía muy bien y se consoló mucho con esta conversación, dándose a forjar planes y a imaginar goces maternales.