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Actualizado: 16 de julio de 2025
Recalde, mi antiguo camarada, el terrible Recalde, el piloto más atrevido y más valiente del pueblo, se había casado con la Cashilda, la hija del confitero de la plaza, muñequita con los ojos azules, muy modosita y formal. Todo el almíbar, todo el cabello de ángel de la tienda de su padre se le había comunicado a ella.
Teníamos costumbre éste y yo de irnos después de almorzar a tomar café a la cervecería Británica y pasarnos allí un par de horas viendo al través de los grandes cristales que nos separaban de la calle de las Sierpes el ir y venir de la gente. Era un gran camarada el comandante, apacible, jovial, recto en el pensar y extremadamente cortés.
Cansado de la charla de las mujeres asomadas a las puertas de las Claverías, subía a la habitación del campanero, su antiguo camarada de armas, o descendía al jardín por la monumental escalera de Tenorio cuando estaba abierta o por el arco del Arzobispo atravesando la calle. Gustábale pasar una hora entre los árboles.
El amolador no se movió, limitándose a decir en voz baja, sin alzar la cabeza: Cállate, tahonero. Pero al demonio del tahonero no le acomodaba el callarse, y prosiguió acentuando la burla: ¡Cáspita! No puede quejarse el camarada de tener una mujer así. No hay medio de aburrirse con ella un instante. ¡Figúrese usted!
«El Tatita» se dijo . Sólo puede ser él. Su camarada agitó los brazos desesperadamente, lanzó un alarido, y á continuación desapareció, como si tirase de él una fuerza irresistible. Más que el hecho en sí, aturdió y desconcertó á Morales la posibilidad de que pudiese ocurrir. Todas las creencias de su vida temblaron, próximas á derrumbarse. Era para perder la fe.
Cuando en la noche le hizo saber su camarada el viaje de los gobernantes con todo el misterio de una noticia que aún no era pública, se limitó á contestar, después de reflexivo mutismo: Hacen bien... Yo saldré igualmente mañana si puedo. ¿Para qué permanecer en París? Su familia estaba ausente. Su padre según las averiguaciones de Argensola también se había ido, sin decir adónde.
Caminaba con las manos en los bolsillos, el cuello de la chaqueta levantado y el sombrero sobre las cejas, chorreando agua por todos los extremos de su traje, encogiéndose estremecido de frío, sin una manta como su camarada. Pero, a pesar de esto, marchaba sin precipitación como si no le molestasen la lluvia y el viento que combatían su débil persona.
El Tato hablaba con entusiasmo al manchador y al pertiguero de la corrida del día siguiente, y Mariano permanecía de pie junto a su admirado camarada, mientras su mujer, una hembra tan bravía como él, hablaba con Sagrario. Los hombres lamentaban que no estuviese presente don Martín.
Algunos años antes, había emprendido con un camarada tan loco como yo, a través de Alsacia, Suiza y el Ducado de Badén un verdadero viaje de buhonero, con el saco a cuestas, a jornadas de doce leguas, rodeando las poblaciones de las cuales sólo deseábamos ver las puertas, y marchando siempre por sendas y atajos sin saber a dónde nos conducirían.
De vivir hoy, ¡cómo se hubiera indignado la buena señora con las ideas del médico joven que tenemos en Lúzaro! Este médico es hijo de un camarada de mi infancia, del piloto José Mari Recalde.
Palabra del Dia
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