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Actualizado: 12 de mayo de 2025
El gentío se fue desparramando como nube que el viento fracciona y desvanece: pasó primero en turbas, luego en grupos y después en parejas que calladamente solían dividirse sin despedida ni saludo, tomando unos el camino de su casa, entrando otros en ventorrillos y tabernas, diseminándose y perdiéndose, confundidos todos y sorbidos por la agitada circulación del arrabal.
Obedeció, colocándose al lado de la butaca de su madrastra, y metiendo las manos entre las rodillas y la barba en el pecho, guardó silencio: algunas lágrimas le resbalaron lenta y calladamente por las mejillas. ¿Hace mucho tiempo que has concluido la carrera, Miguel? le preguntó en tono natural la brigadiera al cabo de un rato. Hace dos años nada más repuso secándose los ojos con el pañuelo.
Doña Carmen y Javier estaban al lado de Clotilde, para quien se había dispuesto en la sala de descanso una butaca. Julia y Ruiloz paseaban calladamente, yendo y viniendo desde los almacenes de mercancías hasta el depósito de agua, que servía como de abrevadero a las locomotoras.
Al romper el alba estaba ya la buena ventera atizando el fuego en la cocina, malhumorada con la pérdida de los doce sueldos que le debía el estudiante de Exeter, quien aprovechando las últimas sombras de la noche había tomado su hatillo y salido calladamente de la hospitalaria casa.
Un can, asentado tan calladamente como si entendiese la alta ocasión en que se encontraba, avizoraba las celosías de una reja, y el sosiego era tanto, que se percibían desprenderse las hojas de los árboles, que derramándose de rama en rama se arrastraban someramente por el suelo al blando céfiro del otoño.
Mas antes de que la doncellita contestase se abrió la puerta de un pequeño gabinete, también lleno de trastos a medio colocar, y apareció una mujer como de veinticinco a treinta años de singular gentileza, que arrojándose en brazos del anciano rompió a llorar amarga y calladamente.
Un castillo fingía perspectiva lejana: de rubíes y oro le forjé en mis ensueños; pero sus muros eran de arcilla... Una mañana se derrumbó el dorado castillo de mis sueños. El corazón, roído por un pesar muy hondo, se abandonó al miraje de una quimera loca; bebí, para curarme, de su copa sin fondo y su embriaguez me ha puesto amargor en la boca. Hundido en las tinieblas, muero calladamente.
Los murciélagos revuelan calladamente; brillan las luces en el pueblo. Entonces el viejo más viejo da dos golpes en el suelo con el cayado, y se levanta. ¿Se marcha usted? Sí; ya es tarde. Entonces nos marcharemos todos. Y todos se levantan de sus piedras blancas y se van al pueblo, un poco encorvados, silenciosos. Yo le daré a usted un libro dice el clérigo que le dejará convencido.
Palabra del Dia
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