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Ante los cafés, las mesas al aire libre tenían mucho parroquiano, porque la templada atmósfera lo consentía; y bajo la claridad fuerte de los reverberos bullían los mozos sirviendo cerveza, café o bavaresa de chocolate, y el humo de los cigarros, y el crujir de los periódicos que desdoblaban, y las conversaciones, y el sonido seco de las fichas del dominó dando contra el mármol, llenaban de vida aquel trozo de acera.

vi En esta nueva emigración, deseando estar lo más lejos posible del Siglo, se fue a San Joaquín, en la calle de Fuencarral, y no se corrió más al Norte porque no había cafés en las latitudes altas de Madrid.

Dejó de frecuentar los cafés estudiantiles; hizo vida en el centro de la población, pasando de un grupito a otro de los que constituyen la tumultuosa e ingobernable República de las Letras.

Por fin, el trapero enseñaba lo mejor de la casa: unas cuantas tablas colocadas entre la cama y la pared, y en ellas montones de gruesos platillos, docenas de tazas de la loza fuerte usada en los cafés, pilas de vasos metidos unos en otros. Si quisiera dijo el tío Polo , podría convidar a todo el barrio de las Carolinas sin tener que pedir prestado a nadie.

Hacía tres años que estaba abonado al segundo curso de la Facultad de Medicina, consecuencia heroica de la que no estaba arrepentido; y tan amante era del trabajo y de la actividad, que por no estarse en los cafés charlando como un necio, pasaba los días y gran parte de las noches en los círculos recreativos, unas veces peinando barajas y otras sacrificando pesetas, para que no se dijera que en España todo decae, hasta el respetable gremio de los «puntos».

La Avenida de Mayo abrió ante ellos su larga perspectiva: dos filas de altos edificios y dos líneas de aceras orladas de árboles, con grandes escaparates y numerosos cafés y hoteles, que esparcían fuera de sus puertas mesas y sillas.

Estos tiempos no eran para los caballeros; les habían declarado la guerra, se cometían toda clase de injusticias para mantenerlos relegados. Jaime gozaba de cierta popularidad en las sociedades y cafés de Barcelona y Valencia donde había juegos de azar.

Los días siguientes sintió la necesidad de exhibirse, de hablar con los amigos en los cafés populares y en los clubs de la calle de las Sierpes. Creía que al imponer con su presencia un cortés silencio a los maldicientes evitaba los comentarios sobre su fracaso.

Pero nadie se acercaba tampoco. Los habitantes de la villa estaban todos recogidos en los cafés y teatros, o bien en sus hogares haciendo bailar a sus hijos sobre las rodillas al amor de la lumbre. Seguía cayendo la nieve pausada y copiosamente, decidida a prestar asunto al día siguiente a todos los revisteros de periódicos para encantar a sus aficionados con una docena de frases delicadas.

Hay otros diferentes hoteles en el interior de la ciudad, poco apetecibles ciertamente, pero buenos para las gentes del pais. Hay tambien en Rio Janeiro dos ó tres cafés donde sirven helados todo el año; la nieve la reciben de los Estados Unidos: y ahora hablarémos un poco de los elementos del pais.