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A veces parece querer zaherir aquello que adora; pero en realidad no hace más que mofarse de lo que es realmente pedantesco. Entonces no; sus burlas no perdonaban ni la verdad misma, ni la ciencia adorada.

Esta profesión de fe la elevaba como un muro infranqueable, golpeándose al mismo tiempo el pecho para demostrar la dureza del obstáculo. Ulises sintió tentaciones de reír, lo mismo que hacía siempre ante las afirmaciones políticas de Tòni. Pero la situación no era para burlas, y siguió hablando con el deseo de convencerle.

Pero Gonzalo, o por vengarse de sus burlas anteriores, o porque en realidad no sintiese ante el personaje el embarazo y respetó que los demás, no amainó en la manía de platicar con su cuñada y hacerla reir. La fraternidad cariñosa de los dos cuñados, no decrecía. Gonzalo y sus hijas pertenecían a Cecilia. En todos los momentos de su vida, la influencia de ésta se dejaba sentir suave y bienhechora.

Josefina había permanecido quieta, silenciosa, con la cabeza baja. Las burlas lograron al fin hacer su efecto. Dos lágrimas asomaron rezumando por sus largas pestañas.

que sonríes y hasta parece que te burlas: ¿has visto aquí alguna vez una sotana? ¿tienes noticia de que vengan á visitarnos esos señores de la Residencia? No: no vienen dijo Aresti sin abandonar su gesto irónico. ¿Y para que habían de venir? Hace tiempo que están dentro: no necesitan de tu permiso. ¿A quién habían de buscar en tu casa? ¿A tu mujer y á tu hija?

Al menos que te vea; que tenga el consuelo de hablarte, de sentir el amargo placer de tus burlas. ¡Quedarse!... Tenía sus días contados; iba de un extremo a otro del mundo, arreglando su vida con la exactitud de un reloj.

Ni las burlas de los incorregibles ni lo penoso de la espontánea tarea, hiciéronle flaquear, llegando á conseguir, después de muchos meses, que varios de los muchachos fueran á su pobre casa de la calle del Peral, con lo que ya pudo decir que había echado los cimientos á su futuro instituto.

El Condesito había adquirido tal costumbre de ir todas las noches a la tertulia de los de San Teódulo, que a cualquiera cosa faltaría antes de dejar de ir. La misma costumbre había adquirido doña Beatriz. De esta suerte se veían de diario y en presencia de muchos hombres maliciosos, amigos de burlas y muy propensos a explicarlo todo por el lado más feo.

Metíase en las tabernas, sin miedo a las burlas de los alegres compadres, que le invitaban a tomar una copa. Gracias; el no bebía. El vino le dañaba los ojos. Pero a cambio de que le oyesen, acababa por tomar un sorbo, a guisa de mortificación, haciendo los mismos aspavientos que si fuese veneno, y les hablaba de sus devociones simples, de su piedad de hombre sencillo.

Y, satisfechos los duques de la caza y de haber conseguido su intención tan discreta y felicemente, se volvieron a su castillo, con prosupuesto de segundar en sus burlas, que para ellos no había veras que más gusto les diesen.