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Actualizado: 15 de junio de 2025
Y todo el mundo dirá, conociéndoos, al ver que os dejo: mal debe de andar el duque de Lerma; su querida, que es una cómica interesada donde las hay, le ha dejado por un aposentador... luego el duque puede menos; ved de qué modo una cómica puede poner á vuecencia, secretario de Estado universal del rey, por debajo de un cualquiera, de un hombre burdo, de un aposentador.
Caracterizábale una libertad grosera en el hablar, un desprecio cínico hacia las personas, aun las más respetables, y una ignorancia que rayaba en lo inverosímil. Sus chistes eran de lo más burdo y soez que es posible tolerar entre personas decentes. Alguna vez daba en el clavo, esto es, tenía alguna ocurrencia feliz; mas, por regla general, sus chuscadas eran pura y lisamente desvergüenzas.
Delante de la casa se extendía un pequeño prado, alegre y brillante con sus canteras de tulipanes y fragantes narcisos. Una criada de burdo lenguaje me abrió la puerta e hízome pasar a una pieza baja, pequeña y anticuada, donde sorprendí a mi amada sentada en una gran silla de brazos, en actitud triste, leyendo.
Sus pantalones cortos, ligados á las polainas muy modestas, en dos de ellos, haciendo juego con la chaqueta de paño burdo y el sombrero de anchas alas, armonizaban con el vestido de los otros, casi totalmente cubierto por el sayal ó manta de lana parda ó amarillenta.
Aquella maravilla servía, sin embargo, de marco a un objeto harto extraño e insignificante: sobre un fondo de raso blanco y cubierto por limpidísimo cristal chafianado, veíase sencillamente un harapo, un pedazo de burdo y raído sayal pardo. Por el reverso, cerraba el cuadro una gran chapa de plata, sujeta por finas tuercas, que no sin grandes esfuerzos consiguió destornillar Currita.
En la alegría de su triunfo, comenzaba a pensar en la boda de su hijo con Remedios, y levantando una punta de su reserva de gran señora, trataba a don Matías como de la familia, ensalzando el afecto cada vez más vivo que unía a los chicos. Pues si se quieren decía el burdo ricachón, por mí que sea la boda cuanto antes.
Vestía una gorra de velludo con presilla de acero, un coleto de ante, cruzado por una banda roja, una loba abierta de paño burdo que dejaba ver el coleto, la banda y un ancho talabarte de que pendía una enorme espada, unas calzas rojas imitadas á grana, y unos zapatos altos.
Iba derecho como un huso; era hombre ágil y enjuto de carnes; y, si no sabía más que leer y escribir medianamente y las cuatro reglas, y si jamás había leído un libro, tenía gran despejo natural, aunque burdo. Jamás había turbado su conciencia con sutilezas morales. Así es que no le remordía, como hemos dicho, de haber contribuido a la ruina del marqués.
Era más bien brusco que cortés; pero sabía admirablemente distinguir de personas y se suavizaba cuando hacía falta. Esta misma tosquedad nativa servíale para disfrazar lo astuto y sutil de su pensamiento. Parecía que aquel exterior burdo, rústico, aquellos modales exageradamente libres y campechanos no podían menos de guardar un corazón franco y leal.
Quédese esto para algunos catalanes, vascongados y gallegos, y también para algunos de nuestros hermanos de América que andan buscando lengua en que hablar y en que escribir, inventada o resucitada, con tamaña amplitud y capacidad tan elástica, que quepan holgadamente en ella los altos pensamientos, las invenciones peregrinas y las profundas o sutiles ideas que en el burdo y pobre castellano no caben.
Palabra del Dia
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