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Actualizado: 1 de junio de 2025


Quiroga cerró los ojos é hizo una mueca. ¡Jss! El acontecimento de aquella tarde, la aventura de los brazaletes, le había arruinado. Simoun se sonrió: cuando un comerciante chino se queja es porque todo le va bien; cuando aparenta que todo va á las mil maravillas es porque prevé una quiebra ó se va á escapar para su país. ¿Suya no sabe mia pelilo, mia luinalo? Ah, siño Simoun, ¡mia hapay!

Hubo una cena, a la que asistió D. Jacinto, ignorando lo que iba a haber en ella, y le sentaron al lado de la seductora actriz, bella como nunca aquella noche, con leves y casi transparentes vestiduras, y adornados sus brazos y su desnuda y cándida garganta con ricos brazaletes y espléndido collar de perlas.

No gastaba sombrero ni mantilla, pero el mantón alfombrado que cubría sus hombros era riquísimo; el vestido, de seda pura; en los dedos y en las muñecas sortijas y brazaletes de valor y en las orejas dos orlas de brillantes con zafiro en el medio; todo lo cual pregonaba que, si D.ª Rafaela no vestía de señora, no era seguramente por falta de dinero.

A cambio de los negros daban fusíles, pólvora, instrumentos de hierro y brazaletes de latón y de cristal. Embarcábamos doscientos o doscientos cincuenta negros entre hombres, mujeres y chicos, y aprovechando los alisios del sudeste, íbamos casi siempre al Brasil. Allí vendíamos el saldo entero. Luego, el comerciante negociaba al por menor.

Un collar, dos brazaletes de perlas, es la armonía de una mujer, el verdadero adorno femenino, que en vez de divertir, conmueve, enternece á la ternura. Ello dice: «¡Amemos! ¡SilencioLa perla parece enamorada de la mujer y ésta de aquélla. Las citadas damas del Norte, cuando se las han puesto una vez ya no las abandonan, llevándolas día y noche escondidas bajo sus ropas.

Luego púsose a girar ligero, muy ligero, más ligero todavía, ¡frenéticamente!, hasta que todo su cuerpo no fue sino un huso diáfano, un huevo dorado, loco, veloz, con un fino rumor de medallas y brazaletes. La danza concluía, la rotación era cada vez más lenta. Aixa trababa sus pies, por instantes, y su cabeza, cargada quién sabe de qué prodigiosas visiones, se inclinó por fin sobre el hombro.

Llevaba el Rey una tiara no menos estupenda, ajorcas y brazaletes, y por zarcillos dos redondas perlas, del tamaño cada una de un huevo de perdiz. Su cabellera le caía en bucles perfumados sobre la espalda, y la barba formaba menudísimos rizos, artística y simétricamente ordenados. Su vestido y su persona despedían delicada fragancia.

Y como el chino no entendía de gustos femeniles y quería ser galante, pidió los tres mejores brazaletes que el joyero tenía, que costaban de tres á cuatro mil pesos cada uno.

En los brazos desnudos, casi junto al hombro, tenía la dama brazaletes de oro de prolija y costosa labor; sobre el pecho y en las orejas, collar y zarcillos de esmeraldas; y sendas ajorcas, por el estilo de los brazaletes, en las gargantas de sus pequeños pies, calzados por coturnos de seda roja. Lazos de idéntica seda adornaban la falda y el corpiño y ceñían el airoso talle.

¡A mi gusto! ¡esto es a mi gusto! decía el maestro de música; y cantó solo el pájaro de las piedras, tan bien como el vivo. ¡Y luego, tan lleno de joyas que relumbraban, lo mismo que los brazaletes, y los joyeles, y los broches!

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