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Al terminar una partida, se disgregaban los grupos de una mesa para trasladarse á otra; pero la orla de gente continuaba siendo compacta, por los nuevos aportes de curiosos. Descendía de la claraboya central un resplandor acaramelado. Fuera brillaba el sol sobre el mar azul; aquí, la luz era de bodega: una luz, según Castro, semejante á la del salón de sesiones de un Congreso de diputados.

Ofrecía verdaderos refinamientos para la época; estaba limpio, bien arreglado y dispuesto; las cámaras para la marinería, en el sollado y castillo de proa, eran muy capaces; la bodega, muy aireada. Llevaba dos grandes aljibes de hierro, uno a proa y otro a popa.

Resuelto este punto importante, fuimos al castillo de proa, en donde se habían fortificado los portugueses. Tristán llamó a Silva Coelho, y le dijo que éramos más que ellos y que estábamos armados; añadió que no pensábamos atacarlos; podían hacer lo que quisieran. Los portugueses optaron por rendirse. Tristán de Ugarte, ya capitán de hecho, mandó coger a todos los chinos y bajarlos a la bodega.

Había alcanzado a ver en su niñez al primer Dupont, fundador del establecimiento. El segundo le había tratado como a compañero, y al actual jefe, a Dupont el joven, lo había tenido en sus brazos, uniéndose al tuteo de la confianza paternal el miedo que le inspiraba don Pablo con su carácter imperioso de dueño a estilo antiguo. Era un viejo que parecía hinchado por el ambiente de la bodega.

Se compran muchas cosas sin pagarlas cuando se puede echar sobre el mostrador una tarjeta con un nombre conocido y una dirección elegante. Podéis amueblar vuestra casa, llenar vuestra bodega y proveer vuestro ropero sin que tengáis necesidad de enseñar el color de vuestros escudos. Pero hay mil gastos cotidianos que no se hacen más que con el dinero en la mano.

«¡Ah! dije yo para . ¡Si te viera ahora Doña FranciscaConfesaré que yo tenía momentos de un miedo terrible, en que me hubiera escondido nada menos que en el mismo fondo de la bodega, y otros de cierto delirante arrojo en que me arriesgaba a ver desde los sitios de mayor peligro aquel gran espectáculo.

Esta era la parte de la bodega de los Dupont dedicada al engaño industrial. Las necesidades del comercio moderno obligaban a los monopolizadores de uno de los primeros vinos del mundo, a intervenir en estos amaños y combinaciones, que constituían con el cognac la mayor exportación de la casa.

¡Maestro, balas! ¡pronto, balas! ¡Balas! ¡santo Dios, qué cañonazos! si vais tan de prisa durante un cuarto de hora, las gargantas de nuestros cañones se secarán pronto. Tomad, hijos míos, y cuidadlas bien, son las últimas. Entonces el señor Durand abandonó el saco de artillero para tomar el martillo del calafate, y se precipitó hacia la bodega para tapar la vía de agua.

El domingo, los encargados de la bodega recogían a cada obrero la papeleta en la misma puerta de la iglesia, y al recontarlas sabían, por los nombres, quiénes eran los que habían faltado.

El vasco no lo sabía; alguna vez quiso que le explicáramos el significado de las palabras; pero como no nos era simpático, le decíamos mentiras. El doctor Cornelius, si no era brujo, le faltaba poco. Calculaba la cantidad de aire que necesitaban los negros para respirar en la bodega; estudiaba el mar, y, según se decía, estaba haciendo una obra describiendo los distintos fondos.