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Actualizado: 13 de agosto de 2024


No revelaba aptitudes de habilidad mecánica como su papá. Era más bien un hábil destructor de cuanto caía en sus manos. Durante aquellas tareas de fuerza, echaba de su boquita blasfemias y ternos aprendidos en la calle.

Sin gritos ni blasfemias como los demás, me da unos pellizquitos de monja que me deja el cuerpo negro como el cordobán... Y el angelito mientras tanto sonríe y me pregunta con mimo: «¿Qué tienes, hija mía? ¿Te he hecho daño?» ¡Maldita sea su estampa!... Como cuáles son los sagrarios que recorre, muchas veces mando á un chico á buscarlo. ¿Crees que se viene para casa ó que se enfada? ¡Na!

En cuanto quedó solo en aquel escondite, sintió que las piernas se le hacían ajenas, cayó sentado sobre las tablas, casi perdió el sentido, y, como entre sueños, oyó un silbido y voces y blasfemias que sonaban en lo alto; cayó un telón a una cuarta de su cabeza, desaparecieron algunos bastidores arrastrados, y Reyes se vio entre un corro de tramoyistas y señoritas que gritaban: ¡Un herido... un herido!... ¡Un telón ha derribado a un caballero!

El Señor me lo perdone... El bebía y hacía cosas peores; yo le hablaba, sin aceptar sus obsequios, sin hacer caso de sus blasfemias, esperando que estuviese bien borracho para ver si de este modo podía meterlo en una iglesia y que oyese una misa, una tan sólo, con la esperanza de que Dios y su Santísima Madre me habían de ayudar, tocándole el corazón. ¡Y costó, pero llegó!

Y lo más censurable era que, al encararse con sus tozudos animales, azuzándoles con blasfemias mejor que con latigazos, los chiquillos del barrio acudían para escucharle con perversa atención, regodeándose ante la fecundidad inagotable del maestro. Los vecinos, molestados a todas horas por aquella interminable sarta de maldiciones, no sabían cómo librarse de ellas.

19 Y no hallando por donde meterle a causa de la multitud, se subieron encima de la casa, y por el tejado le bajaron con el lecho, en medio, delante de Jesús; 20 el cual, viendo la fe de ellos, le dice: hombre, tus pecados te son perdonados. 21 Entonces los escribas y los fariseos comenzaron a pensar, diciendo: ¿Quién es éste que habla blasfemias? ¿Quién puede perdonar pecados sino sólo Dios?

Allá en la Montaña, en cuanto Fermín había aprendido a leer y escribir, le había obligado a enseñarle a ella su ciencia. Leía y escribía. En la taberna, entre tantas blasfemias, entre los aullidos de borrachos y jugadores, ella devoraba libros, que pedía al cura.

El pesimismo se expresa en ellas con tanto chiste y gracejo, que regocija, en vez de desesperar, y hasta se le antoja á quien lee ó recita aquellas blasfemias, no ya que él debe perdonarlas propter elegantiam sermonis, sino que hasta la Soberana Potestad, á quien se dirigen, en vez de castigarlas, las celebra y las ríe, como ríe y celebra la madre cariñosa y benigna al niño pequeñuelo y mimado, si la insulta por que no le da, para que no le hagan daño, las chucherías y golosinas que le pide.

De los cuernos pendían diez diademas, y en cada una de las siete cabezas llevaba escrita una blasfemia. Estas blasfemias no las decía el evangelista, tal vez porque eran distintas, según las épocas, modificándose cada mil años, cuando la bestia hacía una nueva aparición.

Cuidados agenos matan al asno, y nadie lo es más que quien se mezcla en censurar los vicios de los otros, cuando sólo le ha faltado la ocasión para caer en ellos, o cuando, si en ellos no ha caído, se lo debe a su ignorancia, mal gusto y rustiqueza. Las manos me puse en los oídos para no oír semejantes blasfemias en boca de aquel sabio admirable.

Palabra del Dia

allanaba

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