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Aunque sólo llevo veinticuatro horas en Burdeos, no he querido diferir la presentación de mis respetos á Su Alteza. Que no deja de tener otros muchos y muy graves asuntos á que atender. Pero siendo Marvel por fuerza pertenecéis á los Marvel de Normanton, y así lo veo en efecto por vuestro blasón: sable y armiño. Marvel de Normanton soy, afirmó el joven tras un momento de vacilación.

¡Francés! exclamó Don Pedro de Castilla. ¿Qué os induce á creerlo si no lleva blasón ni divisa que lo acredite? Me basta mirar la forma de su armadura, señor, más redondeada en el codo y las hombreras que cuantas proceden de Inglaterra ó de España.

Sobre la puerta estaba el escudo de armas, de piedra también, donde figuraban leones y perros, calderas, barcos y castillos y multitud de monstruos y de otros objetos simbólicos que para los versados en la utilísima ciencia del blasón daban claro testimonio de su antigüedad y sublimidad de su prosapia.

Derribarlas quieren, con feroz piqueta... ¡Arrancarte el blasón regio! ¡De tan torpe sacrilegio protesto como poeta! Al mirar la majestad de tu encastillado busto, se presiente algo de augusto que ha quedado de otra edad. La impiedad no quitará en sus conjuros y esfuerzos extraordinarios, la cruz de tus campanarios, ni la piedra de tus muros.

Plata; cuatro cuarteles, azul y gules; triple león rampante; la rosa heráldica, unida al blasón de la torre, plata sobre gules; brazo armado, con espada doble; grifo, medio vuelo y casco de cimera. Olvidásteis que uno de los tres leones, el de mis deudos los Lutrel, va también armado y los otros no. Pero bien está para un novicio.

Además dijo doña Juana acercándose á la joven, tomándola una mano, y poniendo en uno de sus dedos una sortija , quiero que tengas esto mío. ¡Ah! ¿una sortija? Mi anillo nupcial. ¿Y este blasón? El blasón de los Velasco, condes de Haro. ¿Pero por este blasón?...

Tiene el azul del Arte, la blancura del lirio y la rojez de Marte, por tres timbres gloriosos de su ilustre blasón. Sonríe, si la hiere la silbante metralla. Es su soñada gloria caer en la batalla, teniendo por sudario su santo pabellón. Es suave como el ritmo de las flautas bucólicas, que ensaya dulcemente en notas melancólicas, entre las verdes cañas, la brisa vesperal.

Aquellos hombres de guerra, que traían en sus botas lodo reseco de los más diversos países, eran, según el blasón de Isabel y Fernando, el haz de flechas y el yugo del orbe. Uno que otro meditaba los presagios de decadencia; pero los más curábanse mayormente del color de una pluma o del rumor de las propias espuelas. Otras veces llegábale el turno a los teólogos.

A fuerza de odiar la tiranía y la violencia, nuestro pabellón y nuestras armas excomulgan el blasón y los trofeos guerreros. Dos manos en señal de unión sostienen el gorro frigio del liberto; las ciudades unidas, dice este símbolo, sostendrán la libertad adquirida; el sol principia a iluminar el teatro de este juramento, y la noche va desapareciendo poco a poco.

Y entre ellos, don Francisco Luzón, blasón deste apellido en Madrid, cuyo magnánimo corazón hallara estrecha posada en un gigante. Va con él don José de Castrejón, deudo suyo, gran caballero, y ambos, sobrinos del ilustrísimo Presidente de Castilla.