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Actualizado: 3 de mayo de 2025


¿Subo? preguntó el diputado con angustia, con la entonación del niño que implora un juguete. ¿Para qué? Te aburrirías; seré la misma que aquí. Arriba no hay luna ni naranjos en flor. Es inútil esperar una borrachera como la de aquella noche. Además, no quiero que te vea Beppa.

Los hortelanos reían como locos, olvidando el agua que llenaba su casa; Beppa abría desmesuradamente sus ojos, admirada por la figura, las contorsiones de aquel señor y la gracia con que estropeaba los versos italianos, y hasta la pobre doña Pepa se retorcía en su silla, admirando al barbero, que según ella, era el más gracioso de todos los demonios.

Pues cuando le encontré allá en la ermita, me pareció usted uno de esos señoritos lugareños que, acostumbrados a triunfar en el pueblo, miran como de su dominio cuantas mujeres encuentran. Después, al verle rondando esta casa, se aumentó mi desprecio y mi rabia. «¿Pero ese señoritín qué se habrá figurado?» ¡Lo que hemos reído a costa de usted Beppa y yo!

El daría cuanto era por ser aquel banco del jardín, abrumado dulcemente por su peso las tardes enteras; por convertirse en la labor que giraba entre sus dedos delicados; por transfigurarse en una de las personas que la rodeaban a todas horas, de aquella Beppa, por ejemplo, que la despertaba por las mañanas, inclinándose sobre su cabeza dormida, moviendo con su aliento la cabellera deshecha, esparcida como una ola de oro sobre la almohada y que secaba sus carnes de marfil a la salida del baño, deslizando sus manos por las curvas entrantes y salientes de su suave cuerpo.

Un cuarto de baño que escandaliza a mi pobre tía y hace que le diga a Beppa que es pecado pensar tanto en las cosas del cuerpo. Aunque olvidadas mis antiguas costumbres, yo no podía pasar sin el baño; es el único lujo que conservo, y mandé venir de Valencia artesanos con mármoles y maderas finas para que arreglasen una preciosidad. Ya lo verá usted; cosa buena.

Apareció en el balcón una amplia bata de color celeste. Lo único que vio Rafael fueron los ojos, el relámpago verde que pareció llenar de luz todo el hueco del balcón. ¡Beppa! ¡Beppina! gritó una voz firme, sonora y caliente de soprano. Apri la porta.

Leonora, insensible a la curiosidad, sin reparar en los centenares de ojos fijos en ella, seguía hablando de sus asuntos. Beppa se había quedado con la tía, y ella con su hortelana y otra mujer, que aguardaban a pocos pasos con grandes cestas, había venido a comprar un sin fin de cosas, cuya enumeración la hacía reír. Ahora era persona formal; señor.

Palabra del Dia

hociquea

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