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NOTA. El obgeto del P. Ribera en este pasage de su obra fué tan solo probar que el Rector de la Real Capilla de la Aljaferia de Zaragoza tenia la parroquialidad en el Castillo, así como el de Barcelona la tenia en el antiguo Palacio de sus Condes. Nota 9.ª Commune 27. Martini num. 2137. fol. 112.

Llegó, en esto, uno o algunos de aquellos escuderos que estaban puestos por centinelas por los caminos para ver la gente que por ellos venía y dar aviso a su mayor de lo que pasaba, y éste dijo: -Señor, no lejos de aquí, por el camino que va a Barcelona, viene un gran tropel de gente. A lo que respondió Roque: ¿Has echado de ver si son de los que nos buscan, o de los que nosotros buscamos?

Además, él tenía amigos en la misma frontera, que les ayudarían en caso de peligro para que pudiesen llegar los dos á Barcelona, y una vez en este puerto era fácil encontrar pasaje para la América del Sur. Elena le escuchó frunciendo su entrecejo y moviendo la cabeza.

Escriba usted a Juan Pérez o a Luis Fernández, y háblele como si realmente existiera. ¡Don Celso!... Y ¿he de firmar yo una superchería semejante? Y ¿por qué no? Sobre que la carta no ha de salir de la administración adonde vaya a parar.... ¡Pregunte usted en Madrid o en Barcelona por un Juan Pérez, sin más señas! El asunto es engatusar a este bodoque.

A las nuevas de lo hecho por la plebe sevillana alborotóse la de Córdoba, la de Toledo, la de Zaragoza, la de Valencia, la de Barcelona, la de Lérida i de otras muchas ciudades.

Para un habitante del norte de Europa nada puede ser mas desagradable quizas; pero para un hijo del mediodía ó de Hispano-Colombia, con instintos de expansion y sociabilidad, la escena tiene muchos atractivos. Ya he dicho, al hablar de Barcelona y Madrid, lo mas digno de atención acercada los cafés en España.

Era fresca la mañana, y daba muestras de serlo asimesmo el día en que don Quijote salió de la venta, informándose primero cuál era el más derecho camino para ir a Barcelona sin tocar en Zaragoza: tal era el deseo que tenía de sacar mentiroso aquel nuevo historiador que tanto decían que le vituperaba.

Solamente se había disputado una vez con ciertos compatriotas, procedentes de Barcelona, que pretendían imponerle la bandera catalana. Yo la admito dijo con solemnidad diplomática . Lo único que discuto es sus dimensiones. Y acabó por aceptarla en su «museo banderístico», como él decía, pero exigiendo que su tamaño no pasase de la cuarta parte de la bandera española.

De la misma clase, con tan decidida predilección por lo horroroso y lo cruel, es El Caín de Cataluña, espeluznante relación de un asesinato en forma de drama; sin embargo, este poema dramático comprende una admirable descripción de caracteres, al describir la enemistad de los dos hijos del conde de Barcelona, y el asesinato del más joven, empleando, en parte, las mismas expresiones que se leen en la Biblia al contar la muerte de Abel, no pudiéndose negar tampoco que hay en este drama, á pesar de lo repugnante y antipático que aparece en su conjunto, ciertos momentos aislados interesantes y de patético sublime.

Melchor se despidió por la tarde de su padre y de Isidora, diciéndoles que allí les quedaba la casa, que hicieran de ella lo que gustaran, porque él se iba a Barcelona a emprender un nuevo negocio. Quedáronse, pues, solos los tres: Isidora, Riquín y el viejo, y véase por donde vino a ser casi real el sueño ornitológico de D. José: los tres gorjeando en las ramas.