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Yo no tenía de él la menor noticia, dado que ya estuviese escrito. Ha sido, pues, una coincidencia, para harto desagradable, la semejanza ó analogía del asunto de tan aplaudido drama con el asunto de mi pobre novela. ¡Hombre... eres famoso! ¿Después de tanto preámbulo te vienes con una preguntilla tan baladí?

Por el asunto más baladí armaba una reyerta, se enfurecía y concluía por maltratarla. Soledad se encerraba en su cuarto, lloraba un rato y volvía al cabo á él más sumisa y más enamorada que antes. Fuerza es declarar que el guapo no solía excederse en estos castigos, como otros: ni la hería ni la dejaba casi nunca señales ó cicatrices.

Ana sin saber por qué, sintió un poco de ira. «¿Cómo serían aquellos amores de Petra y el molinero? ¿Qué le importaba a ella...?». Pero la manera de mirar a Petra, estudiando los pormenores de su traje, algo descompuesto, la fatiga que no podía ocultar, el sudor, el color de sus mejillas, revelaba una curiosidad que quería ocultar en vano la Regenta. «¿Qué había hecho en el molino aquella mujer?». Este pensamiento baladí, obsesión estúpida que era casi un dolor, absorbía toda la atención de Ana, a su pesar.

Mientras pensaba en el marido abstracto todo iba bien; sabía ella que su deber era amarle, cuidarle, obedecerle; pero se presentaba el señor Quintanar con el lazo de la corbata de seda negra torcido, junto a una oreja; vivaracho, inquieto, lleno de pensamientos insignificantes, ocupado en cualquier cosa baladí, tomando con todo el calor natural lo más mezquino y digno de olvido, y ella sin poder remediarlo, y con más fuerza por causa del disimulo, sentía un rencor sordo, irracional, pero invencible por el momento, y culpaba al universo entero del absurdo de estar unida para siempre con semejante hombre.

D. Martín y su cuñado hacía tiempo que no se relacionaban. Por el motivo baladí de un mueble de la casa que aquél pretendía llevar a la suya, sin derecho alguno, rompieron de un modo violento. D. Martín (¿cómo no?) puso la mano en la cara a su cuñado, y a más de esto le desafió. Desde entonces, absoluta separación entre ambos. D. Álvaro vivía en su enorme casa, enteramente solo, y D. Martín en la suya con su esposa.