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Me calcé y me abrigué convenientemente; bajé al portal con muchas precauciones para que no lo notara mi tío, y emprendí resueltamente el camino del pueblo, borrado en absoluto por la nieve. Me costó el descenso del pedregal más de cuatro costaladas; pero llegué vivo y pronto. No aspiraba yo a otra cosa. ¿A qué puerta llamar? A la primera. Llamé.

Aspiraba ya a una fama de mayor prestigio aún, y dije a Yago, el cual me había seguido a París: »No existe otro verdadero renombre que el que se adquiere en la carrera de las armas. ¿Qué es un literato, un poeta? Nada. Pero un gran capitán, un general... Este es el destino que ambiciono. Por una gran reputación militar daría diez años de los que me quedan de vida. »Aceptado replicó Yago.

Viajaba por toda España, pero ya no era para aprobar una asignatura aquí y otra más allá: aspiraba a ser una autoridad en el arte taurino, un grande hombre de la afición, e iba de plaza en plaza al lado de su matador favorito, presenciando todas sus corridas.

Según el joven Foster, todo el mundo era camino para ir adonde él deseaba. Otras veces, al encontrar á su compañera de infancia en Bucarest, decía ruborizándose: Vengo de América, con dirección al Transvaal, y al pasar por aquí la encuentro. ¡Qué feliz casualidad! Tal vez sentía este deseo á impulsos de una antigua rivalidad con Mina; tal vez aspiraba á la celebridad únicamente por serle grato.

Indudablemente, el señor Doval no aspiraba a que los policías españoles se fingieran rusos de idioma, sino sencillamente rusos políticos. Pero si la palabra ruso ya no designa más que cierta clase de opiniones, ¿por qué se considera a los rusos como extranjeros? ¿Cree el conde de Romanones que los naturales de Moscú son más rusos que nosotros?

Don Pablo se exaltaba al recordar la hermosura de la fiesta; le brillaban los ojos, humedecidos por la emoción, y aspiraba el aire como si aún percibiera el olor de la cera y del incienso, el perfume de las flores que su jardinero había puesto en el altar. ¡Y qué bien se siente el alma después de una fiesta así! añadió con delectación.

Aspiraba a enderezar aquel arbolito tierno, civilizándole a la vez la piel y el espíritu. Obra de romanos, decía el capellán. Por entonces se dedicó el matrimonio Moscoso a pagar visitas de la aristocracia circunvecina.

Sin embargo, la libertad a que aspiraba en el secreto de su corazón debía venirle, por decirlo así, de misma, y del lado por donde menos la esperaba.

A mitad del pasaje descubierto, al extremo de la galería del Barómetro, Alfredo L'Ambert esperaba fumando un cigarrillo. Diez pasos más allá, un hombrecillo redondo, con un fez escarlata, aspiraba a intervalos iguales el humo de un cigarrillo de tabaco turco, del grueso de un dedo.

Era como si se hubiere abierto una ventana por donde penetrara un aire más puro en la atmósfera densa y sofocante de su estudio, donde su vida se iba consumiendo á la luz de la lámpara, ó á los rayos del sol que allí penetraban con dificultad, y donde aspiraba solamente el olor enmohecido que se desprende de los libros.