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Actualizado: 14 de junio de 2025
Humanidades, teología, cánones, todo lo vencía aquel jovenzuelo con extraordinaria ligereza que asombraba a sus maestros. Le comparaban en el Seminario con los Padres de la Iglesia que habían llamado la atención por su precocidad. Iba a acabar sus estudios muy pronto, y todos le auguraban que Su Eminencia le daría una cátedra en el Seminario antes de cantar misa. Su deseo de saber era insaciable.
No hay trabajo que le arredre, ni contrariedad que apague su fe: la fortuna está sonriéndole detrás de sus desdichas, y la ve tan clara y tan palpable entonces, como la vió de niño, cuando, soñando sus ricos dones, se columpiaba en las altas ramas del nogal que asombraba su paterna choza.
Entonaron los frailes los suaves cánticos rituales; nubes de incienso se difundieron por las naves del templo; pero aunque Fray Baltasar quiso concentrar su atención en el oficio, volaba su imaginación y sentía grande angustia al pensar que su arte, tan maravilloso que asombraba al mundo, había desaparecido, quizá para siempre.
No se había parado nunca a penetrar el significado del día y la noche; la noche misteriosa, engendradora de tinieblas, escondedora de hombres, silenciosa e inescrutable; ahora veía su aproximación callada; admiraba las luces que se encendían una tras otra; percibía algo de solemne en aquella lucha entre el resplandor y las sombras, y se asombraba de la calma de la multitud, que discurría por la calle sin darse cuenta, al parecer, de que la noche se acercaba.
Caprichosas, dominantes, ocupando en la sociedad aquel puesto de la Argentina que asombraba al escritor brasileño Quintino Bocayuva y le hacía atribuir, en gran parte, nuestro desenvolvimiento. ¿Y la historia?
Se sintió fatigado de las empresas sensuales, que parecían ser la única finalidad de su existencia. Aquel vigor siempre fresco y renovado que asombraba á Castro se derrumbó de pronto. Pero esto obedecía á una preocupación, más que al desgaste físico. Se consideraba pobre, y él estaba acostumbrado á pagar regiamente sus amores.
Durante la comida, todos charlaban por los codos, excepto Pacorrito, que por ser muy corto de genio no desplegaba sus labios. La presencia de aquellos personajes de uniforme y entorchados le tenían perplejo, y se asombraba mucho de ver tan charlatanes y retozones á los que en el escaparate estaban tiesos y mudos cual si fuesen de barro. Principalmente el llamado Bismarck no paraba.
Cumplía su promesa, y allí estaba, audazmente, entre doce mil personas que no podían reconocerle, saludando al espada, que sintió cierto agradecimiento por esta muestra de confianza. Gallardo se asombraba de su temeridad.
La marquesa, cuyos males la impedían entregarse por entero a los rigores de la pesadumbre que le correspondía por la muerte de su padre, se asombraba de las lágrimas y de las tristezas de su hija, y la conjuraba, en frase dura y seca casi siempre, a que se volviera a lo suyo, «dejándose de gazmoñerías sentimentales, que ya chocaban a las gentes».
Ni había con justicia para Juan placer más grato, ahora que en Lucía había entrevisto aquel espíritu seco y altanero, que estar cerca de Ana, cuyo espíritu puro con la vecindad de la muerte se esclarecía y afinaba. Y se asombraba Juan, con razón, de haber pasado, libre aun, cerca de aquella criatura que se desvanecía, sin rendirle el alma.
Palabra del Dia
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