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Actualizado: 24 de junio de 2025


La cavidad sosegada, ancha y blanquecina del templo ofreció a la tensión de su espíritu un alivio dulce y lento; pero cuando más recogida estaba, se le desvaneció la cabeza, inclinose de un lado, y no teniendo tiempo para asirse a la reja, cayó al suelo sin sentido.

Todo el club estaba reconcentrado en la sala del baccará. Miguel lamentó que Castro no estuviese en el Sporting. Hubieran charlado como en la tarde que Alicia logró asirse por primera vez á las alas de oro de la Quimera. Tal vez su ausencia era por orden de «la Generala». El también había venido aquí arrastrado por una mujer. Un sordo rumor llegó de la sala de juego.

Respondió el cabrero que ya lo había dicho, y que si él no lo había oído, que no era suya la culpa. Replicó Sancho Panza, y tornó a replicar el cabrero, y fue el fin de las réplicas asirse de las barbas y darse tales puñadas que, si don Quijote no los pusiera en paz, se hicieran pedazos.

Veintisiete años con más mundo que el que descubrió Colón, color sonrosado, ojos de más preguntas y respuestas que el catecismo, nariz de escribano por lo picaresca, labios retozones, y una tabla de pecho como para asirse de ella un náufrago, tal era en compendio la muchacha.

Dióle las muestras más patentes y lisonjeras de su predilección; dejó mil veces plantado a todo un círculo de admiradores, y rompiéndole, en los bailes, fué a asirse del brazo del desdeñoso. Para él fueron las más dulces miradas, las más afectuosas sonrisas; todos aquellos signos, en suma, que suelen augurar favor y revelar amor, sin traspasar los límites de la modestia y del decoro.

Tal huvo, que cayendo se resuelve De asirse de una zarza ó cabrahigo, Y en llanto á lo de Ovidio se disuelve. Quatro se arracimaron á un quejigo Como enjambre de abejas desmandada, Y le estimaron por el lauro amigo. Otra quadrilla virgen por la espada Y adultera de lengua, dió la cura A sus pies de su vida almidonada.

Ningún eco respondió a sus alaridos de consternación; pero transcurridos breves minutos, apareció en el zaguán el juez en persona, deshaciéndose en excusas por la torpeza de la muchacha: era inconcebible el trabajo que costaba domesticarlas; se les repetía mil veces la misma cosa, y nada, no aprendían a recibir a las... pues... de la manera que.... Al murmurar así, arqueaba el codo ofreciendo a Nucha el sostén de su brazo para subir la escalera; y siendo ésta tan angosta que no cabían dos personas de frente, la señora de Moscoso pasaba los mayores trabajos del mundo intentando asirse con las yemas de los dedos al brazo del buen señor, que subía dos escalones antes que ella todo torcido y sesgado.

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