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Actualizado: 17 de julio de 2025


Sobre las armas traía una sobrevista o casaca de una tela, al parecer, de oro finísimo, sembradas por ella muchas lunas pequeñas de resplandecientes espejos, que le hacían en grandísima manera galán y vistoso; volábanle sobre la celada grande cantidad de plumas verdes, amarillas y blancas; la lanza, que tenía arrimada a un árbol, era grandísima y gruesa, y de un hierro acerado de más de un palmo.

Haciendo abatir las máscaras y arrimada la lumbre a los rostros, el alguacil Pedro Ronco reconoció a los dos hermanos San Vicente, ordenando con fieras amenazas al segundón que se alejara al punto, si no quería acabar en la cárcel. El mayorazgo retirose también; pero, según el escudero, no tardaría en volver al mismo sitio. Ramiro fue a colocarse en la esquina más próxima.

Altisidora -en la opinión de don Quijote, vuelta de muerte a vida-, siguiendo el humor de sus señores, coronada con la misma guirnalda que en el túmulo tenía, y vestida una tunicela de tafetán blanco, sembrada de flores de oro, y sueltos los cabellos por las espaldas, arrimada a un báculo de negro y finísimo ébano, entró en el aposento de don Quijote, con cuya presencia turbado y confuso, se encogió y cubrió casi todo con las sábanas y colchas de la cama, muda la lengua, sin que acertase a hacerle cortesía ninguna.

María, con un libro devoto en la mano, leía a su madre las oraciones que suelen decirse antes de la comunión. Marta estaba arrimada a la pared, lívida, desencajada, mirando la augusta ceremonia cual si tuviese delante alguna terrible visión. Una de las mujeres que penetraron en el cuarto le alargó un hacha encendida y ella la tomó sin saber lo que hacía.

Estaba reclinado más que sentado en una butaca construida adrede para facilitarle el movimiento del tronco y los brazos, y arrimada a la mesa de lado a fin de que le fuese posible jugar y tener las piernas extendidas. Aunque en la chimenea ardían algunos troncos de leña, se abrigaba con una talma de color gris cerrada al cuello con broche de oro.

La pipa medio podrida arrimada al muro, como al descuido, los palos del espaldar roto formaban otra escala; aquella la veía todos los días veinte veces y hasta ahora no había reparado lo que era: ¡una escala!

Enseguida comienza a darme unos golpecicos en el pecho con los nudillos, como quien llama a la puerta. Pega aquí, pega allá, y ascucha que ascucharás con la oreja arrimada a la carne. ¡Na! Yo decía: ¡Gravita, gravita, probiquín! ¡Busca el puzcalabre! Más de media hora llamando con los nudillos y ascuchando.

Y, viendo don Quijote lo que pasaba, con voz airada dijo: -Descortés caballero, mal parece tomaros con quien defender no se puede; subid sobre vuestro caballo y tomad vuestra lanza -que también tenía una lanza arrimada a la encima adonde estaba arrendada la yegua-, que yo os haré conocer ser de cobardes lo que estáis haciendo.

Ya de tu hermosa Luz clara y rica El bello resplandor miras seguro En la que alma tuya beatifica: Y arrimada tu yedra al fuerte muro De la inmortalidad, no estimas quanto Mora en las sombras deste mundo escuro.

D. Miguel Bermudez, racionero de la santa iglesia, por donacion del cabildo, arrimada al muro del norte, en el tramo primero de la décimosexta nave principal, pagando la fiesta á las Once mil Vírgenes el obispo Gonzalez Deza. Capilla de S. Acacio.

Palabra del Dia

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