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Actualizado: 14 de junio de 2025
Los entusiastas dábanle consejos a gritos. ¡Despáchalo pronto! Es un buey que no merece nada. El torero tendió su muleta ante la bestia, y ésta arremetió, pero con paso tardo, escarmentada por el tormento, con una intención manifiesta de aplastar, de herir, como si el martirio hubiese despertado su fiereza. Aquel hombre era el primero que se colocaba ante sus cuernos después del suplicio.
18 Entonces el rey dijo a Doeg: Vuelve tú, y arremete contra los sacerdotes. Y revolviéndose Doeg idumeo, arremetió contra los sacerdotes, y mató en aquel día ochenta y cinco varones que vestían efod de lino. 21 Y Abiatar dio las nuevas a David como Saúl había dado muerte [a] los sacerdotes del SE
»Y, diciendo estas razones, con una increíble fuerza y ligereza arremetió a Lotario con la daga desenvainada, con tales muestras de querer enclavársela en el pecho, que casi él estuvo en duda si aquellas demostraciones eran falsas o verdaderas, porque le fue forzoso valerse de su industria y de su fuerza para estorbar que Camila no le diese.
Don Quijote, que vio tan malparado a Sancho, arremetió al que le había dado, con la lanza sobre mano, pero fueron tantos los que se pusieron en medio, que no fue posible vengarle; antes, viendo que llovía sobre él un nublado de piedras, y que le amenazaban mil encaradas ballestas y no menos cantidad de arcabuces, volvió las riendas a Rocinante, y a todo lo que su galope pudo, se salió de entre ellos, encomendándose de todo corazón a Dios, que de aquel peligro le librase, temiendo a cada paso no le entrase alguna bala por las espaldas y le saliese al pecho; y a cada punto recogía el aliento, por ver si le faltaba.
Entonces uno de ellos sacó una bolsa del seno y mostrósela a Sancho, por donde entendió que le pedían dineros; y él, poniéndose el dedo pulgar en la garganta y estendiendo la mano arriba, les dio a entender que no tenía ostugo de moneda, y, picando al rucio, rompió por ellos; y, al pasar, habiéndole estado mirando uno dellos con mucha atención, arremetió a él, echándole los brazos por la cintura; en voz alta y muy castellana, dijo: ¡Válame Dios! ¿Qué es lo que veo? ¿Es posible que tengo en mis brazos al mi caro amigo, al mi buen vecino Sancho Panza?
Diógenes, que, a mitad del camino pareció hacer de repente al tío Frasquito gracia de la vida, arremetió briosamente contra la hueste femenina, diciendo que era maldición de gitanos: «¡en lengua de hembras te veas!»; que quien dijo mujer, dijo demonio, y que de tan mala ralea era la casta, que todos, todos los bichos, hasta las chinches, ¡polaina!, eran mujeres...
Antes bien, arremetió impetuoso contra el grupo de Morsamor, mientras que otro buen golpe de su gente caía sobre Fréitas y sus marineros, los cuales tuvieron por desgracia que luchar proporcionalmente contra mayor número de contrarios. Fréitas fue uno de los primeros que perdieron la vida, abierta su cabeza de un hachazo. Otros ocho de su tropa sucumbieron también, al principio casi de la pelea.
Don Quijote, que vio los estraños trajes de los diciplinantes, sin pasarle por la memoria las muchas veces que los había de haber visto, se imaginó que era cosa de aventura, y que a él solo tocaba, como a caballero andante, el acometerla; y confirmóle más esta imaginación pensar que una imagen que traían cubierta de luto fuese alguna principal señora que llevaban por fuerza aquellos follones y descomedidos malandrines; y, como esto le cayó en las mientes, con gran ligereza arremetió a Rocinante, que paciendo andaba, quitándole del arzón el freno y el adarga, y en un punto le enfrenó, y, pidiendo a Sancho su espada, subió sobre Rocinante y embrazó su adarga, y dijo en alta voz a todos los que presentes estaban: -Agora, valerosa compañía, veredes cuánto importa que haya en el mundo caballeros que profesen la orden de la andante caballería; agora digo que veredes, en la libertad de aquella buena señora que allí va cautiva, si se han de estimar los caballeros andantes.
¿Qué diablos de venganza hemos de tomar -respondió Sancho-, si éstos son más de veinte y nosotros no más de dos, y aun, quizá, nosotros sino uno y medio? -Yo valgo por ciento -replicó don Quijote. Y, sin hacer más discursos, echó mano a su espada y arremetió a los gallegos, y lo mesmo hizo Sancho Panza, incitado y movido del ejemplo de su amo.
En estas razones, cayeron todos los que las oyeron que don Quijote debía de ser algún hombre loco, y tomáronse a reír muy de gana; cuya risa fue poner pólvora a la cólera de don Quijote, porque, sin decir más palabra, sacando la espada, arremetió a las andas.
Palabra del Dia
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