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»A los diez años ya sabía gramática, que yo le había enseñado; trasladaba al romance á Horacio y á Virgilio, y además mostraba gran afición á las armas.

Una carcajada simpática y cordial se eleva en todas partes; las armas caen de las manos del vencedor y los afortunados compatriotas de Dulcinea escapan a la carnicería, bajo la protección del genio de Cervantes. Con frecuencia se ha negado a los franceses el genio de invención.

Las rancherías inmediatas cuentan con cerca de 2.000 hombres de armas, cuatro cañones, 19 lantacas, 23 fusiles y las armas blancas, que poseen en gran número. Comandancia militar de Buluan.

Así es, efectivamente, señor Cornelio; y se ha advertido que se desvía uno siempre hacia la izquierda. Es probable que por efecto de ello nos hayamos alejado, en vez de acercarnos; ¿no lo crees así, Horn? Mucho me lo temo. ¡Qué desgracia! Tenemos nuestras armas. ¿Y de qué pueden servirnos para sacarnos de este apuro? Pueden servirnos para hacer señales con ellas disparando unos cuantos tiros.

Frisaba ya en los veinticuatro años, y harto de aquella vida, y ansiando ver mundo, pidió la bendición a sus tíos, quienes se la dieron acompañada de algún dinero, y tomando además armas y caballo, salió de Vesci a buscar aventuras y modo de mejorar de condición. Como Mutileder tenía tan hermosa presencia, y era además simpático y alegre, por todas partes iba agradando mucho.

Por eso sigo ejercitándome en el manejo de las armas y no quiero pensar siquiera en que algún día he de perder el vigor de la juventud. Una vez al año interrumpo la monotonía de mi sosegada vida. Entonces voy a Dresde, donde me espera mi amigo y compañero querido, Federico de Tarlein. El año pasado lo acompañaban su bonita mujer, Elga, y un precioso y robusto niño.

Si el gobierno de los Estados Unidos mediase y lograse que depusiesen las armas los insurrectos y se pacificase la isla, esto había de ser sin exigirnos la menor promesa de reformas interiores, de cambios en la gobernación de la isla, de nada que modificase allí las relaciones entre gobernantes y gobernados, y de cuyo cumplimiento quedase implícitamente como garante el gobierno de los Estados Unidos.

Esta escena, en que el esposo ofendido recibe sus armas de manos de su mismo ofensor, para arrancarle con ellas la vida, es de primer orden: él, amenazado en su honra, anuncia claramente su propósito, pero el ciego comendador nada sospecha.

Los vagabundos del desierto social, los desertores de la caravana, los expulsados de ella, las fieras, los abortos de la noche, rondaban en torno del vivac, sin atreverse a salir del círculo de tinieblas, por miedo a afrontar la luz. Les cegaba el fuego; intimidábales con glacial escalofrío el brillar de las armas caídas junto a los durmientes.

Era su idea madre poner sus preciosas armas al servicio de alfonsinos o carlistas, según tuvieran estos o aquellos más o menos probabilidades de triunfo, y para destruir por de pronto el mal efecto que en los primeros había causado su repentina presencia en París, apresuróse a propalar por medio del tío Frasquito la novelesca historia de la cadina, que tan gloriosamente justificaba su fuga de Constantinopla.