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Actualizado: 6 de mayo de 2025


Al finalizar la misa, los cantores y demás gente menuda del coro, que eran los únicos que osaban mirarle, se alarmaron viéndole palidecer, levantarse con la faz desencajada, llevándose las manos al pecho. Advertidos los canónigos, corrieron a él, formando una apretada masa de vestiduras rojas ante su trono.

Con no menor saña se embistieron las galeras de don Juan de Austria y de Alí-Pachá, y ya el combate se extendió por toda la línea, sin haber galera que no combatiese. Se levantó el viento favorable a los cristianos, y como ya se ha dicho, un infierno terrible, que no otra cosa parecía la pelea, que todos peleaban como si hubieran sido inmortales. Apretada se veía la Real de don Juan de Austria.

Los soldaditos, pálidos, con la boca apretada, descansando sobre sus fusiles entre las pedradas y los tiros de revólver, daban frente á la gran masa que protestaba contra la romería. Llegaban para guardar el orden, pero sus ojos iban instintivamente hacia la muchedumbre devota, como si deseasen girar sobre sus talones y hacer fuego apuntando á la iglesia.

Frígilis olvidó el guante y el gato, y quedó arrobado oyendo el repiqueteo estridente, fresco, alegre del jilguero de sus amores. Petra escondió en el seno de nieve apretada el guante morado del Magistral.

Mirándola estaba Luscinda, no menos lastimada de su sentimiento que admirada de su mucha discreción y hermosura; y, aunque quisiera llegarse a ella y decirle algunas palabras de consuelo, no la dejaban los brazos de don Fernando, que apretada la tenían.

Sentía la presión de esta garra en su cintura, cada vez más apretada, más feroz. Freya le tenía sujeto con uno de sus brazos. Violentamente se había enroscado á él y le apretaba el talle con toda su fuerza, como si pretendiese partir en dos su cuerpo vigoroso.

Vestía de un modo semejante a los chulos, como sucede ordinariamente con los señoritos en Andalucía; pantalón muy apretado, chaqueta corta y apretada también y hongo flexible. Aprovechando un momento en que nos encontramos al pie del manantial bebiendo el agua, me creí ya en el caso de dirigirle la palabra. Tengo entendido que es usted mi compañero de cuarto, caballero.

En la otra población situada a corta distancia, apretada, silenciosa, comprimida en sus casitas blancas entre sombríos cipreses, los habitantes invisibles eran cuatrocientos mil, seiscientos mil, tal vez un millón. Luego, en Madrid, había pensado lo mismo una tarde que paseaba con dos mujeres por los alrededores de la villa.

Y dicho y hecho, empujó la puerta de la casa. En apretada haz penetramos todos en una larga sala iluminada únicamente por el rescoldo de un fuego que se extinguía en un rincón de la chimenea. La luz vacilante que aquel rescoldo despedía daba relieve al grotesco dibujo de las paredes extrañamente pintadas. Distinguíase una persona sentada en gran sillón de brazos junto al hogar.

El piso de esa cloaca era de tierra apénas apretada y estaba casi todo cubierto de montones de paja sucia y empapada por la humedad. Ningun mueble se veia en el centro, y solo en dos rincones se destacaban las sombras de algunas esteras de tamo en forma de colchones enrollados.

Palabra del Dia

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