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Actualizado: 14 de junio de 2025


La gente, recordando los tiempos en que arrastraba el fusil de la milicia popular, le apodó el Nacional. Hablaba de la profesión taurina con cierto remordimiento, a pesar de los años transcurridos, y se excusaba de pertenecer a ella.

Por tanto, el haber querido dar un aire de apodo y de vilipendio a los calaveras, es una injusticia de la lengua y los hombres que acertaron a darle los primeros ese giro malicioso: yo por rehúso esa voz; confieso que quisiera darle una nobleza, un sentido favorable, un carácter de dignidad que desgraciadamente no tiene, y así sólo la usaré, porque no teniendo otra a mano, y encontrando esa establecida, aquellos mismos cuya causa defiendo se harán cargo de lo difícil que me sería darme a entender valiéndome para designarlos de una palabra nueva; ellos mismos no se reconocerían, y no reconociéndolos seguramente el público tampoco, vendría a ser inútil la descripción que de ellos voy a hacer.

Yo no me paro en pequeñeces dijo don Santiago Fernández , y aunque tolero un apodo honroso, no consiento que nadie se burle de . A fe, a fe que cuando uno ha servido en las milicias del Rey por espacio de veinte años; cuando uno ha estado en la campaña de Portugal; cuando uno ha tenido también el honor de encontrarse en la expedición de Argel que mandó el Sr.

Tal es su apodo significativo. Su verdadero nombre es doña Marcela Gutiérrez de los Olivares, por ser viuda del teniente de la clase de sargentos, del mismo apellido, muerto en Cuba un año ha, a manos de los insurrectos. Llora ella aún a su difunto marido, con cuya tía, doña Pepa, vive en este lugar en ejemplar recogimiento, y desdeña y rechaza al enjambre de galanes que la pretende.

Jamás se vestían de hábitos; pero conservaban la cara afeitada, como para estar disponibles en el caso de que los admitiesen otra vez en el oficio. No cómo se llamaba el viejo catarroso, porque todos allí le nombraban Pater; hasta el mozo que le servía, dábale este apodo.

Eres un necio, Catur. Eso, Caleb, que me das por apodo, lo tomo yo de buen talante por alto título y dictado, y al fin veremos quién se engaña. Mira, Caleb, no he procedido de rebato para ser tonto, sino que para ello he caminado con un tino y con un rigor lógico que te pasmaría, pues no hay raciocinio más rígido que el mío.

Un momento después la puerta se abría para dejar paso al barón Julio Grèbe, conocido por los gomosos de su laya por «Fin de Siglo»; era este el sobrenombre que él se daba, llevándolo con más orgullo que un título, en razón a que sus amigos llamábanlo familiarmente por tan simbólico apodo.

En el día de hoy, el más bullidor, el más sabio o el más rico de cada lugar, donde suele disponer y mandar cuanto se dispone y se manda, se designa chistosamente con el apodo de cacique, lo cual no deja de ser ofensivo para sus conciudadanos, quienes de un modo implícito quedan calificados de indios bravos o semisalvajes. ¿Pero cuándo no hubo o cuándo dejará de haber caciques, aunque con otro nombre o apodo los designemos?

«¿Quién es ése? le preguntó Mariano. Un tipo, un mequetrefe repuso ella sin mirar a su hermano, señales claras por donde manifestaba estar aún dentro de la esfera de atracción del pensamiento que la dominaba. Dame más turrón, marquesa exclamó el muchacho. ¿Por qué me llamas así? preguntó Isidora bruscamente, despertando de su mental sueño. ¿Es apodo? ¡Puño!... ¿Y por qué te pone motes ese gatera?

Las amiguitas, que habían sabido algo, y nunca tenían qué censurar en Ana, aprovecharon este flaco para ponerla en berlina delante de los hombres, y a veces lo consiguieron. No se sabía quién pero se creía que Obdulia había inventado un apodo para Ana. La llamaban sus amigas y los jóvenes desairados Jorge Sandio.

Palabra del Dia

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