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Actualizado: 16 de mayo de 2025
Yo no seré dueño de relegarme, de desterrar mi porvenir. ¡Moriré amarrado a la cadena odiosa que se me ha impuesto, sin hacer un esfuerzo para romperla! ¡Pero no, no se alabarán de mi esclavitud! Antes romperé todas las cadenas a la vez. Eduardo, apiádate de mi infortunio. 9 de mayo.
Hombre o demonio decía , quienquiera que seas, apiádate de mí y no me atormentes sin fruto. ¿Cómo había yo de imaginar, al volver esta tarde desde mi caserío al pueblo, que no dista más que un cuarto de legua, que había de topar contigo y con tu compañero, emboscados entre las mimbreras del arroyo del Hondón, y que me habíais de traer por fuerza a este lugar?
Señor, haz gracia y merced á Mohammad y á los de Mohammad, apiádate de Mohammad y de los de Mohammad! Señor, este es tu siervo Adde-r-rahman, hijo de tu siervo Moavia: tú lo criaste y mantuviste y lo revivificarás; tú sabes lo que hay en él secreto y paladino; venímoste á rogar por él. Señor, á tí nos acercamos, que tú eres cumplido de homenage.
Ten piedad de mí. ¡Si supieras cómo le amo! ¡Sufro tanto! ¿Qué le ha sucedido? ¿Qué ha pasado? ¿Por qué no viene? Un terror loco se apodera de mí. He estado temblando todo el día. Tengo terribles presentimientos. Apiádate de mí, padre; procura tranquilizarme. ¿Te acuerdas de mi madre? ¡Qué hermosa era! ¡Cómo la amabas! EL CONDE. Calmaos, condesa; el deseo de nuestro emperador se cumplirá.
El Altísimo necesita ponernos a prueba, y mi castigo son las niñas del marqués y ese Luis, que es presa del demonio. Somos la mejor de las familias, pero esos locos se encargan de hacernos llorar, de afligirnos con el tormento de la vergüenza. Ten compasión de mí, Fermín; apiádate del cristiano más infeliz de la tierra, que no por esto se queja, sino que alaba al Señor.
Nada más quiso oír el gran inquisidor de Felipe II; agarrándose la cabeza gritó: ¡Una hereje en el trono de Carlos V! ¡Una hechicera, llamada Ena, usurpando la corona de Isabel de Castilla! ¡Oh Dios mío, apiádate de tu desgraciada España, apiádate de tu desgraciada ahora y otrora tan fiel y gloriosa España! Y se retiró a su aposento con lágrimas en los ojos y fuego en los labios.
Y, sin este fin que ansío, ¿será mi destino impío luchar y siempre luchar? ¿Existiré eternamente combatiendo frente a frente con las olas de este mar? ¿Habrá más horrible infierno? ¡Deseando un sueño eterno eternamente existir! ¡Apiádate, Dios bendito, de este dolor infinito que tanto me hace sufrir!
Oí una voz: «¡Apiádate de mí, querida, apiádate de mí sólo por hoy!» Y esa voz estaba tan cambiada, que no la reconocía. Me alejé, pero sentía crecer en mí el temor de que Roberto se fuera desengañado, con el rencor en el corazón, sin una palabra de explicación, sin haber sospechado siquiera todo el alcance del amor de Marta.
Palabra del Dia
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