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Actualizado: 27 de mayo de 2025


Los oídos me zumbaban, y pasaban a menudo por delante de mis ojos gasas negras, flotantes, como si fuera a caerme. No suspiraba ni me movía, sin embargo. No sólo no temía perder el sentido, pero lo apetecía por huir de aquella amargura que inundaba mi alma.

Mejor lo tenía yo pensado. En esto de ver las cosas como son y conseguir lo que nos proponemos, me parece que nadie saca ventaja a los que hemos nacido en los valles pintorescos de Galicia. Ya diré más adelante lo que mi mente, apretada por la necesidad, urdió para alcanzar lo que apetecía.

La boca se le hacía agua viendo desfilar por delante de su vista aquellas legiones de perdices, aquellos ejércitos innumerables de conejos, aquellos venados corredores y jabalíes feroces. ¡Ay! ella no había tenido el gusto de tirar a un jabalí. ¡Cuánto apetecía encontrarse frente a uno! ¿?

Cuando era una marina, el agua se transparentaba, parecía que «podía meterse la mano en ella»; si se trataba de un paisaje de montaña, «apetecía triscar por las praderas, se sentía casi el olor del heno»; las figuras «estaban todas hablando, no les faltaba más que moverse». En fin, el señor de Anguita creía que su galería podía competir con las mejores de Madrid.

La carta, después de leída, me satisfizo, porque, sin las redundancias de las que antes había ensayado, tocaba los puntos necesarios. Era humilde y expresiva, y la inclinaba suavemente a contestarme, que era lo que yo con ansia apetecía. Paca no fue todo lo puntual que hubiera deseado.

Aunque en esta ocasión se mataban pocas perdices, Gonzalo apetecía su compañía como la de un agradable y simpático camarada. La joven nunca se confesaba fatigada; pero él, adivinándolo en su marcha vacilante, daba el alto, la obligaba a sentarse, y se hacía el distraído charlando, a fin de que durase más el descanso.

No sólo apetecía cobrarse del debido salario, sino que le seducían principalmente unos ochavos roñosos llamados de la fortuna en el país, y que, merced a consideraciones muy lógicas en su mente infantil, le parecían preferibles a las piezas gordas. Las adquisiciones y placeres de Perucho los representaba generalmente un ochavo.

Tenía en su poder el instrumento que tanto apetecía. Iba por fin a sorprender el gran secreto de la Naturaleza. Pero esta grandiosa invención costaría la vida tal vez a una criatura de su misma sangre. Una agitación irresistible se apoderó de su cerebro. Los lóbulos todos debían de hallarse en descompasado movimiento.

Era hombre a quien el talento y los libros inspiraban un respeto idolátrico. La familia de Tristán apetecía unión tan ventajosa por todos conceptos. Todo marchó viento en popa, aunque durante más tiempo de lo que los novios hubieran deseado. Reynoso se opuso resueltamente a que su hermana se casase antes de tener diez y ocho años. Iba a cumplirlos y su dicha a colmarse.

Llegaba él luego cerca de , se sentaba a mi lado, y aproximando su boca a mi oído, decía en voz bajita, dulce y suplicante: Che rací-hayhub-guasú, o sea estoy enfermo de amor grande. Al cabo, me faltaron las fuerzas para defenderme. Cité a D. Pepito, en el obscuro silencio de la noche, y él vino a y yo le di el remedio que apetecía.

Palabra del Dia

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