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Actualizado: 18 de mayo de 2025
Fanfarrones y pendencieros, sus disputas momentáneas iban siempre sazonadas de interjecciones coloradas, y acababan por burlas ó anécdotas picantes. Cada una de sus frases tenia por adorno indispensable aquella palabra española tan expresiva, de sentido vago, y que no puede copiarse en ningún escrito sin escandalizar.
Se contaban a este propósito, en letras de molde, todas las anécdotas más o menos chistosas que corrían por la villa, y algunas más descubiertas o inventadas por los maleantes redactores. Y como si esto fuera poco, no había número del citado periódico en que de un modo u otro no se hiciese mención de la peluca de doña Brígida, que por tal circunstancia había llegado a ser popular en Sarrió.
Su argumento, con ligeras excepciones, está tomado de la vida y costumbres de las clases más bajas del pueblo, exponiendo situaciones cómicas, sucesos ridículos ó anécdotas jocosas. Ofrecen imágenes reales sin afectación ni idealidad poética.
También van sabios a los cafés; también se oyen allí observaciones elocuentes y llenas de sustancia, exposiciones sintéticas de profundas doctrinas. No es todo frivolidad, anécdotas callejeras y mentiras. El café es como una gran feria en la cual se cambian infinitos productos del pensamiento humano.
Al cabo de este tiempo la soltaba, y vuelta a comenzar con otra. Toda la villa conocía estas flaquezas de su temperamento. Contábanse de él en las tertulias de hombres muchísimas anécdotas, graciosas unas y sucias otras, que hacían reír a los pacíficos habitantes en las largas, lluviosas noches de invierno. No se violentaba para ocultar los excesos de su viciosa naturaleza.
Su tío relataba anécdotas sobre un político de gran actuación fallecido el día anterior. Yo lo traté mucho decía y pocas personas he conocido tan finas y tan amables. Ya pocos hombres quedan como esos, en el país. Era tan atento que le pasaban cosas curiosas. Ahora ustedes van a ver, les voy a contar.
A este propósito narraban algunas anécdotas de su infancia y adolescencia que acreditaban esta opinión. Otros, en fin, le tenían por un desdichado, por un hombre a quien los desengaños de su carrera literaria y los profundos pesares domésticos habían llenado el corazón de hiel. Suponían que Montesinos, aficionado a las letras, enamorado de la gloria, había ido a Madrid.
Su padre fue un mentecato a quien su madre, mujer de rara energía, tuvo siempre esclavizado hasta la degradación. De sus tíos, uno paró en el manicomio, otro fue notabilísimo matemático, pero tan excéntrico que sus rarezas se guardaban en Lancia como manantial de anécdotas chistosas; otro se metió en la aldea, se casó con una labradora y se mató a fuerza de aguardiente.
En Paris todo el mundo tiene sus historias, sus anécdotas, su chismografía. En un pueblo tan fabuloso, natural es que todo personaje tenga su fábula. Nadie nos ha dicho una sola palabra de la esposa del Emperador. Ni una aventura, ni una limosna, ni un dicho agudo, ni un ademan, ni un gesto.
Recuerdo que en momento de llegar a Consuelo, en las circunstancias que dentro de poco diré, hablábamos de Viena y ella me contaba alguna de las anécdotas características de la princesa de Metternich... Luego seguía la marcha el ministro inglés, plácido, tranquilo, culto y resignado, llevando a little Georgy en los brazos.
Palabra del Dia
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