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«No era él un don Custodio, ignorante de lo que es el mundo, lleno de ensueños, ambicioso de cierto oropel eclesiástico, que tal vez se gana en el confesonario, para que le halagasen todavía revelaciones imprudentes, que sólo servían para inundarle el alma de hastío.

Hacía ya tiempo que sostenía una lucha sorda, pero terrible, con Pérez, otro concejal no menos ambicioso, para obtener este puesto, en el cual sus grandes dotes de innovador podrían brillar espléndidamente. El Retiro, Recoletos, la Castellana, el Campo del Moro esperaban un redentor que les diese nueva y deslumbrante vida, y este redentor no podía ser otro que Maldonado.

Una gran concentración de espíritu; una activa e intensa observación de mismo, el instinto de elevarse muy alto cada vez más, y de dominarse no perdiéndose de vista nunca; las transformaciones arrastradoras de la vida con la voluntad de reconocerse en cada nueva faz; la naturaleza que se hace comprender; sentimientos que nacen y enternecen un joven corazón nutrido de su propia sustancia; aquel nombre que se enlaza con otro y versos que se escapan de él como el aroma de una flor en primavera; los esfuerzos fracasados hacia las altas cumbres del ideal; la paz, en fin, que se hace en un espíritu borrascoso, tal vez ambicioso, y de seguro martirizado por quimeras; he ahí, si no me engaño, lo que se podía leer en aquel registro mudo, más significativo en su confusa nemotecnia que muchas memorias escritas.

El oro inspira a la mujer desconfianza de la buena fe del hombre. ¿Quién es capaz de descubrir la verdad en corazón ajeno? Por eso no debe nunca exponerse nadie a que le culpen de ambicioso cuando sólo pretende ser amado. Tristes verdades, si lo son, para las ricas. Quizá nada tuvieran de extraordinario las frases de Pepe, pero ella no había oído nunca hablar así.

Era un espíritu bien conformado: sencillo, discreto, preciso, nutrido de lecturas, teniendo una opinión sobre todas las cosas, dispuesto a proceder, pero nunca antes de haber discutido los motivos de sus actos, muy práctico y por fuerza muy ambicioso.

Fray Miguel había estado, durante muchos años, fúnebremente tranquilo; pero el reciente alto concepto que de su patria había formado y la consideración del valer, de las hazañas y de la gloria de los hombres que habían encumbrado su patria, se contraponían ahora al menosprecio de mismo que no podía menos de seguir sintiendo, y esto levantaba en su alma una tempestad de celos y hacía retoñar y reverdecer en ella la antigua ambición de su mocedad, volviendo a ser ambicioso con más de setenta y cinco años cumplidos.

De los primeros en llegar, al teatro de las operaciones, este bizarro militar tuvo la gloria de administrar á los alzados la primera derrota que sufrieron, en Yarayabo, y posteriormente cúpole en suerte asestar el golpe decisivo á la rebelión, dando muerte á su jefe principal, al ambicioso Estenoz, en los campos ensangrentados de Micara.

Mi amor propio ambicioso, sale mortificado con esta su determinación, pero que Dios le humille lo celebro «con toda mi alma».

Antonio Pérez no tenía, pues, que vacilar: el interés de Enrique IV, á quien ya servía; el que el rencor le hacía mirar como personal suyo, estaban al lado del Conde ambicioso y decidido.

Además, se hacía viejo, la fortuna de su mujer representaba unos veinte millones de pesos, y su ambicioso cuñado, al trasladarse á Europa, demostraba tal vez mejor sentido que él. Arrendó parte de sus tierras, confió la administración de otras á algunos de los favorecidos por el testamento, que se consideraban de la familia, viendo siempre en Desnoyers al patrón, y se trasladó á Buenos Aires.