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Actualizado: 29 de mayo de 2025
Ella en nada desmereció a sus ojos, siguió pareciéndole tan digna de ser querida como antes; nada viturable halló en su conducta; había amado a un hombre que la despreció por otra, ni más ni menos... Allí la traidora, la digna de censura era Clotilde.
En compensación de las cosas que abandona usted en este mundo, gozará la gloria del paraíso. ¡Ay! ¡Yo lo tenía en su amor! suspiró Magdalena. Y alzando la voz, añadió: ¿Quién te querrá como yo te quiero? ¿Quién te comprenderá como yo he llegado a comprenderte? ¿Quién sabrá someterse como yo a tu suave autoridad, amado mío? ¿Quién cifrará como yo su amor propio y su orgullo en tu amor? ¡Oh!
Quiero decir, que no me paro en bordaduras, ni en apariencias, ni en riqueza; siendo vos lo que sois, además de ser hija de un duque y mujer de un conde, para que yo no os hubiese amado, era necesario que no os hubiera conocido. De modo que si yo hubiese sido la hija de un mendigo... Hubiera quitado las conchas y hubiera tomado las perlas. Desconfío todavía de vos. ¿Todavía?... Sois un abismo.
Como no había amado nunca; como no he vuelto á amar hasta que os he conocido á vos, señor.
¿Y hablaba de ella con usted? ¡Antes me ha declarado usted que no le había dicho una palabra de eso! Pero si hablaba con usted de la otra ¿no la amaba a usted? Nunca me ha amado. No obstante la impasible frialdad de ese rostro de estatua, había en las últimas palabras de la joven un eco doloroso que hizo pensar a Ferpierre: «¡No miente!» Y usted sí le amaba; ¿le ama aún?
Juanita no lo hubiera cumplido aunque no hubiera amado ya a don Paco. La consolaba y la hechizaba tener aquella víctima constante y ver arder aquel corazón, cual perpetuo holocausto, en aras de su hermosura. Aun cuando ella no hubiese aceptado el sacrificio, se hubiese afligido mucho de que viniese doña Agustina y le robase el corazón sacrificado.
No me obligue á luchar contra usted, lo que me causaría una horrible pena. No me ponga en el trance de decidirme entre mi afección antigua y mi nueva ternura. Tenga usted piedad de esta hija á quien ha amado, á quien ama todavía. Devuélvame usted la libertad y la dicha.
Y lo consiguió de tal modo, que doña Luz acabó por desechar toda sospecha de que el Padre la hubiese amado nunca. Entonces le juzgó muerto para cuantos afectos vienen a nuestro ser por los sentidos; le creyó inaccesible a cuanto no pasa directamente de Dios al espíritu. Así explicaba mejor, dejando a salvo su vanidad, que el Padre no la hubiese amado.
¡Ah! ¿y amáis tanto á vuestra dama, que pretendéis encontrar en ella lo que creo que no se encuentra en ninguna mujer? ¿pretendéis que no haya amado una dama que se sale de palacio de noche y sola, que se agarra al primero que encuentra y le embauca hasta hacerle perder el seso? Yo no os he dicho que esa dama ha salido de palacio. Pero yo lo sé. ¿Y quién os lo ha dicho? ¡Bah! quien os ha visto.
Sí prosiguió Miguel de Zuheros , Beatriz es la única mujer que me ha amado.
Palabra del Dia
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