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Actualizado: 11 de junio de 2025


Después de algunos momentos de conversación general, doña Gertrudis empezó a dormitar y los dos jóvenes se retiraron al hueco de un balcón a decirse los dulces secretos de todos los días, más dulces y más amables cuanto más se repiten. María estaba preocupada. Su novio, con la perspicacia del que ama de veras, lo notó al instante. ¿Qué tienes hoy?... Parece que estás agitada...

¡Qué dicha, y que amables son los hombres! a pesar de lo que dice mi tía. Qué ¿vuestra señora tía no ama a los hombres? La verdad es que ya pasó para ella la edad de la coquetería. La coquetería... Jamás se me habla de eso. ¿Os parece que se debe ser coqueta? Sin duda, primita; a mis ojos eso es una cualidad, pero coqueta en el buen sentido de la palabra.

¡Esperemos!... Pero entre tanto pretendiente que anda tras de ti desde hace un año, hay muchos simpáticos, amables, y es verdaderamente extraño que ninguno de ellos...

¿No te importa que tu primo Miguel?... ¿Mi primo Miguel? Yo le llamo siempre el duque de Estrelsau. Y Miguel cuando le hablas. , por orden del Rey tu padre. Eso es. ¿Y ahora por orden mía? Si así me lo mandas. Desde luego. Conviene que todos nos mostremos muy amables con nuestro querido Miguel. ¿Y supongo que también me ordenas recibir a sus amigos? ¿Los seis? ¿ también los llamas así?

Con estas buenas partes, así ellas como el padre se hacían amables, se estimaban de todos.

Era cosa de ver la cara de mi amigo al oír lo del memorialito: representábasele en la imaginación el informe, y el empeño, y los seis meses, y... contentose con decir: soy extranjero. ¡Buena recomendación entre los amables compatriotas míos! Aturdíase mi amigo cada vez más, y cada vez nos comprendía menos. Días y días tardamos en ver las pocas rarezas que tenemos guardadas.

Recogí el sombrero, me lo puse, y volví á alzar la cabeza y á remitir otra sonrisa, acompañada esta vez de un ligero saludo. Pero mi agresor seguía inmóvil y aterrado sin darse cuenta ni poder explicarse las amables disposiciones en que su víctima se hallaba.

Se creía en sus momentos de fe egoísta, admirada por el Ojo invisible de la Providencia. El que todo lo ve y la veía a ella, estaba satisfecho, y la vanidad de la Regenta necesitaba esta convicción para no dejarse llevar de otros instintos, de otras voces que arrancándola de sus abstracciones, le presentaban imágenes plásticas de objetos del mundo, amables, llenas de vida y de calor.

Todo aquello revivía en mi memoria con sorprendente lucidez; pero causándome una emoción muy diversa de la que me producía cuando ella estaba presente, algo así como una añoranza que me era grato acariciar, dulce recuerdo de cosas amables que ya no estaban allí.

De nada valían las admoniciones amables de Lorenzo y Ricardo, ni los consejos respetuosos de Baldomero, ni los reclamos angustiosos de la propia madre, ni las hondas protestas de invariable y sincero afecto de su novia; Melchor, el bueno, el digno, el honesto, el fuerte, había caído, quizás para no levantarse más.

Palabra del Dia

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