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Actualizado: 18 de mayo de 2025


Si la apuraban un poco era capaz de pregonar su falta en Altavilla cuando hubiese más gente. El conde se sentía cada vez más desligado de esta mujer, que turbaba todas sus ideas morales, teológicas y sociales. Llegaba a inspirarle miedo.

Por eso se le veía cumpliendo estrictamente los deberes del perfecto galán, paseando un par de horas por la mañana en la calle de Altavilla, donde vivía su novia, acompañándola los domingos en el paseo, sentándose a su lado en la tertulia de las señoritas de Meré o en la de Quiñones, y bailando con ella todos los rigodones en los saraos del Casino.

Pero no se dieron a luz en tanto que no pasó Granate. El café estaba situado en un piso principal (por aquel tiempo no se usaban los bajos para este destino) de la calle de Altavilla, casi enfrente de la casa de D. Juan Estrada-Rosa.

Se colocaron espías en la calle de Altavilla y en las inmediaciones de casa de Granate a fin de que no se escaparan; sobornose a los criados; se trazaron por las cabezas más fecundas de la ciudad mil planes ingeniosos para vejar a los novios.

Pero el jefe político de la provincia pensó que era ya hora de oficiar de Neptuno y componer las olas irritadas. Cuando la cencerrada se hallaba en su período álgido, envió a Altavilla a

Preguntaba cierto forastero en un corro de Altavilla cómo había quedado paralítico el maestrante. «En realidad no está paralítico repuso Paco, porque no tiene lesión alguna; sólo que las piernas no pueden con la heráldica que se le ha subido a la cabeza, y se le doblan en cuanto da un pasoLo supo Quiñones por un traidor y dio orden de que no se le recibiese.

Poco después, no pudiendo dominar la molestia que sentía, el conde se despidió. Este negocio de Luis no se presenta nada bien decía a última hora Manuel Antonio en un grupo que se retiraba por la calle de Altavilla, donde iban María Josefa, el Jubilado y su hija Jovita. El matrimonio con Fernanda, si es que lo llega a realizar, le ha de costar muchos disgustos.

En cuanto se paraba en la calle de Altavilla o entraba en el café de Marañón, ya estaba rodeado de una partida de guasones. ¡Cristo, las frases que allí se oían! Y como villanos que eran, a menudo del juego de palabras pasaban al de manos. Esto era lo que en modo alguno podía sufrir Manuel Antonio. Que hablasen lo que quisieran.

Palabra del Dia

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