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De este modo se vió atropellada por la ambicion y codicia de cuatro ó seis sugetos, la grandeza del Todo-Poderoso, profanados sus templos, despreciadas sus sagradas imágenes, usurpada la inmunidad de las iglesias por las casas de los Rodriguez, pues estas eran el mejor asilo para escapar de la muerte; como lo consiguieron varios europeos, ya fuese por las alianzas de una antigua amistad, ó ya para cohonestar sus atroces delitos, con algunos hechos piadosos: pero la casa del Señor, sus altares y tabernáculos se vieron polutos, despreciados y ultrajados por esta vil canalla.

Las ondas golpean las gradas que dan acceso al Tellenplatte, y á veces sus espumas van á desvanecerse al pié de los dos altares de piedra que adornan el interior. En los muros y el techo se ven frescos del mas macarrónico estilo, que representan varios pasajes de la historia de la emancipacion.

La última capilla de este lado era la de Santa Clementina. Era grande, construida siglos después que las otras capillas, en el diez y siete. Tenía cuatro altares en el centro; las paredes estaban adornadas con profusión de hojarasca, arabescos y otros cosméticos del género decadente a que pertenecía. El Magistral y el Arcipreste oyeron voces dentro de la capilla.

5 Y pondré los cuerpos muertos de los hijos de Israel delante de sus ídolos; y vuestros huesos esparciré en derredor de vuestros altares.

Dolmen: mesa enorme de piedra, que como el menhir, son moradas como altares donde se consumaban sangrientos sacrificios. Galgul, es una planta especial.

No queremos referirnos a esos conflictos insolubles dimanados de la deslealtad, de haber faltado a la fe jurada ante los altares de Dios y las leyes humanas. He aquí volviendo a nuestro primer argumento uno de los casos en que es más difícil «hacer las paces» que hacer la paz. Ninguna paz es irrealizable, mientras que hay paces que son imposibles en absoluto.

Era frecuente encontrarla en la calle llevando y trayendo floreros y candelabros para adornar los altares, y en vísperas de las grandes fiestas no volvía á salir de la iglesia ni para comer, afanada como una hormiga en los preparativos de la solemnidad. Pero así gozaba después, extasiándose en la contemplación del churrigueresco hacinamiento de muselinas, flores de mano y papel dorado.

Oculto á medias en la sombra de un roble enorme, contempló embebecido aquella aparición radiante, aquel rostro puro y bello que le recordaba los de los ángeles pintados y esculpidos en los altares de Belmonte.

Ya que hubo llamado a misa, bajó una de las lámparas, le echó aceite, sacudió con un paño las molduras de los altares. Luego se fue hacia el fondo y desapareció por una puertecita lateral que debía de ser la de la sacristía. La capilla me parecía desierta.

Ya en el templo, dirigióse á uno de los altares, y cogió una custodia, que era de plata y de gran mérito, dejando la Sagrada Forma sobre la mesa del altar, y huyendo luego, sin ser visto de quienes pudieran capturarlo.