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Nunca pudo quejarse de infidelidades o malos tratos de su difunto. Los sábados, cuando el remendón volvía borracho a casa a altas horas de la noche, sostenido por los amigos, la alegría y la ternura llegaban con él.

A cada momento tengo nuevos motivos de alegría y admiración, y a cada instante también quisiera haceros partícipe de ellos; os busco, os llamo, pero los ecos de este hermoso parque permanecen mudos. «Os quiero con toda el alma, señor cura. Reina».

¿Vos por aquí, don Francisco? dijo la condesa sin disimular su alegría, alegría semejante á la de quien de una manera inesperada tiene un buen encuentro.

Le hacíamos a usted cosquillas para verla reír; su risa me parecía el encanto, la alegría de la Naturaleza. ELECTRA. Vea usted por que he salido tan loca, tan traviesa y destornillada... Y alguna vez me cogería usted en brazos. CUESTA. Muchísimas. CUESTA. A veces con tanta fuerza, que me hacía usted daño. ELECTRA. Me pegaría usted en las manos. CUESTA. ¡Vaya!

Entonces el capitán abrió los brazos y el padre y la hija quedaron estrechamente enlazados. Así estuvieron largo rato llorando dulcemente en silencio. Al cabo don Félix se apartó y secando con su pañuelo las lágrimas de la joven y besándola repetidas veces en la mejilla, le dijo al oído: Que no turbe, hija mía, la alegría de este momento un pensamiento de dolor.

Camina el rio arriba diligente, Que fué muy ayudado de les vientos, Y así bien se vencía la corriente, Por se satisfacen sus intentos. La ciudad le recibe incontinente, Y algun tiempo estuvieron muy contentos: Mas presto de otra suerte sucedía, Que no puede durar el alegria.

La amistad de mi buena madrina, los cuidados atentos y verdaderamente maternales de la nodriza, a la que yo creo con títulos aún más sagrados a mi reconocimiento, y sobre todo el afecto de mi padre, lo embellecían todo. Unicamente, cuando volvía del campo le sentía aún algunas veces bañarme con sus lágrimas, pero yo no me inquietaba, pensando que lloraba de alegría.

Los ayunos y penitencias de toda clase, cada vez más frecuentes y ásperos, aumentaban el entusiasmo y la seráfica alegría de su alma, pero enflaquecieron al cabo notablemente el cuerpo.

Sin embargo, también ellos debían tener momentos de reposo y alegría.

Esta consideración, completamente secundaria para ella, no amenguaba su satisfacción. La noche de la tertulia, anunciada algunas semanas antes en la casa de la señora Aubry, los salones de la señora de Blandieres presentaban un magnífico aspecto, y la alegría era ya grande cuando los Aubry llegaron.