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Actualizado: 27 de junio de 2025


No para hacer de mi pasión alarde, para hallar fuerzas en la lucha acaso, al templo de la muerte por la tarde del triste día dirigí mi paso. Lloré sobre su abierta sepultura aquel perdido bien que tanto amara... ¡Nunca pude pensar que mi ternura tanto placer en el dolor hallara!

Bajo el Directorio, el gobierno habitó el palacio de Luxemburgo, y á las tinieblas de la cárcel sucede el brillo de un alcázar deslumbrador, en donde Barrás, el aristócrata republicano Barrás, hizo alarde de todo el fausto y de todas las dilapidaciones de la regencia. Entonces el palacio de María de Médicis, tomó el nombre de Palacio Directorial.

«Una pareja, una pareja de Orden Público» apuntaron varias voces de monjas. No... veréis... Si yo me basto y me sobro... indicó la Superiora, haciendo alarde de ser mujer para el caso . Lo que es conmigo no juega.

En un extremo del salón rasgueaban sus guitarras unos gitanos, entonando canciones melancólicas. Una de aquellas mujeres, con entusiasmo de neófita, saltó sobre la mesa, comenzando a mover torpemente las soberbias caderas, queriendo imitar las danzas del país, haciendo alarde de los adelantos realizados en pocos días bajo la dirección de un maestro sevillano.

Mucho había costado de organizar, pero sería una fiesta tan hermosa como la de la Coronación; un alarde de la Vizcaya religiosa y honrada que quería ser libre y volver á sus antiguos tiempos de grandeza. Aresti se había impuesto la prudencia, adivinando las intenciones de sus enemigos; pero sentía agitarse su carácter batallador y rebelde ante el abogado, cuyas palabras le irritaban.

Veía muy lejos el día de la victoria; la inercia de Ana le presentaba cada vez nuevos obstáculos con que él no había contado. Además, su amor propio estaba herido. Si alguna vez había ensayado interesar a su amiga descubriéndole, o por vía de ejemplo o por alarde de confianza, algo de la propia historia íntima, ella había escuchado distraída, como absorta en el egoísmo de sus penas y cuidados.

Gastaban las damas gaditanas ostentoso lujo, no sólo por hacer alarde de tranquilidad ante las amenazas de los franceses, sino porque era Cádiz entonces ciudad de gran riqueza, guardadora de los tesoros de ambas Indias.

En su casa, todo menos eso. Aún temblaba de cólera recordando cómo despidió, dos semanas antes, a un tonelero, un mentecato adulterado por la lectura, al que había sorprendido haciendo alarde de incredulidad ante sus compañeros.

Extraordinaria fué la libertad, el ardor y la seguridad de que hizo alarde la fantasía de los españoles de aquella época en la expresión de las ideas é imágenes cristianas. La vasta esfera de lo sobrenatural y misterioso en la religión nunca se recorrió como entonces, ni con afición tan preponderante.

Era una fiesta de juventud, un alarde de fuerza y cohesión para que rabiasen los viejos. Eran las tres de la madrugada cuando despertó Feli sintiendo en la frente el contacto de unas manos. Lo primero que vio fue la cara de Isidro, pero transfigurada, con las mejillas rojas, brillándole los ojos con un fulgor extraordinario.

Palabra del Dia

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