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Pero ello es que la lisonja y la envidia, la codicia ambiciosa, la curiosidad y la novelería aumentaban considerablemente el personal de la tertulia en el tiempo que medió entre el nombramiento y la salida de Rubín para su destino. Mucho ajetreo tuvo aquellos días para arreglar sus asuntos y proveerse de ropa.

MÁXIMO. Ambición muy legítima, tía. Fíjese usted en que... El afán, la sed de riquezas para saciar con ellas el apetito de goces. Gozar, gozar, gozar: esto queréis y por esto vivís en continuo ajetreo, comprometiendo en la lucha vuestra naturaleza: estómago, cerebro, corazón.

La víspera del día en que debía llegar D. Jaime, todos estaban alborotados en el lugar con la gran fiesta de la recepción que iba a haber. Hasta doña Manolita estaba más alegre que lo de costumbre y muy parlanchina. En la tertulia diaria sólo asistían ella, doña Luz y el Padre, porque los demás andaban aún ocupados en los preparativos de la fiesta, o descansando del ajetreo de aquel día.

Ya las nubes de la tristeza se rasgaban y difundían hasta transparentarse en aquella mansión, poco antes de lágrimas y sobresaltos, cuando la marquesa, que se había quedado en la cama aquel día para restaurar un poco las fuerzas de su trastornada máquina, puestas en los límites de la extenuación con los recientes sustos y el anterior ajetreo de su larga peregrinación, sintió de pronto tales espasmos, convulsiones y desfallecimientos, que pensó que su vida terminaba en aquel trance, y lo mismo pensaron su atribulada hija y las gentes que con ella acudieron a socorrerla.

Después llegó Tom, y la hermana de Moreno se retiró a punto que entraba Guillermina con la misma cantinela: «¿Quieres algo?... A ver si te duermes, que no es mal ajetreo el que vas a llevar mañana. Mira; de París telegrafías, para que sepamos si vas bien...». Daba algunos pasos hacia fuera y volvía: «Lo que es mañana no te llamo. Necesitas descanso.

»En cuarenta años de piadoso ejercicio en este ajetreo de ablandar muchachas, avivar inclinaciones, y hacer el recado, ¿qué no habré aprendido, niñito mío, qué trazas no tendré, qué maquinaciones no inventaré, y qué sutilezas no me serán tan familiares como los dedos de la mano?

Descansaba la dama del ajetreo de aquel día, ya metidos todos los muebles, trastos y macetas en la nueva casa, y atacada de una intensísima tristeza que le devoraba el alma, llamó a su tirana para decirle: «No me has explicado bien por el camino lo que hablasteis. ¿Qué historias cuenta Nina de su moro? ¿Es este bien parecido?».