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Actualizado: 22 de junio de 2025
Y siempre aquel olor hediondo. En la comida fue preciso pasar sin agua. Las cisternas, las fuentes, los pozos, los víveres de pesca, todo estaba inficionado. Por la noche, en mi alcoba, donde, no obstante, se habían matado enormes cantidades, oía aún rebullicio debajo de los muebles, y ese crujir de élitros semejante al peterreo de los dientes de ajo que estallan con los calores fuertes.
Y antes que relegar a Menéndez a un lugar del verso indigno de su filantropía, prefirió renunciar al soneto. Esta falta de inspiración poética y de consonantes en éndez, no le desanimó ni ajó su orgullo de artista, que al fin no era muy grande; después de todo, si bien se miraba, la poesía está como reconcentrada en la música.
No se oían más que gemidos y lamentos, y por encima de ellos la voz horripilante del alcalde, repitiendo sin cesar: ¡A la cárcel...ajo! ¡A la cárcel...ajo!
Y esto no debiera ser así, porque, al fin, yo soy un Esteven, mal que les pese, y ellos, los Vargas, en vez de simpatía debieran tenerme odio, y sucede todo lo contrario: el odio está aquí. ¡Ajo!... Bueno, ¿volvemos a lo mismo?
Sí, sí, hay que moverse decía Luisa . ¿Qué sería de nosotras, Dios mío, si tuviéramos que reflexionar semanas y meses para echar una cabeza de ajo en un guisado? Lesselé, usted que es más alta, alcánceme esa ristra de cebollas que está colgada del techo. Y la joven obedecía. Hullin no había experimentado en toda su vida mayor satisfacción.
Juanón daba patadas de impaciencia. ¿Pero y Salvatierra? ¿Dónde estaba don Fernando?... El Madrileño no le había visto, pero sabía, le habían dicho, que estaba en Jerez aguardando la entrada de la gente. También sabía, o más bien, le habían dicho, que la tropa estaría con ellos. La guardia de la cárcel andaba en el ajo.
Había que añadir unos dientes de ajo y un pellizco de sal, y con esto el amo daba por alimentados a unos hombres que necesitaban renovar sus energías agotadas por el trabajo y el clima. Unos cortijos eran de pan por cuenta, y en ellos se daban tres libras por cabeza. Una telera de seis libras era el único alimento para dos días.
CODORNICES EN TOMATE. Se limpian y mete el jamón como en la anterior receta, se fríen en manteca de cerdo, se sacan y en la misma manteca se echa un diente de ajo y tomate rallado sazonado de sal. Cuando está hecho se tira el ajo, se ponen las codornices con el tomate, se rehogan, y se sirven.
MERLUZA ASADA. Limpia y sazonada de sal se cubre con pan rallado, perejil y ajo; se coloca en una fuente que resista el horno, y bien rociada de aceite y zumo de limón se pone a asar. COLA DE MERLUZA ASADA. Se pone en una tartera larga, se echa por encima perejil y queso rallado, zumo de limón y jerez, metiéndola al horno hasta que esté hecha.
LOMO DE CERDO A LA JUNCADELLA. Se cortan unos buenos filetes de lomo de cerdo fresco y se aplastan, mojándolos con un poco de manteca de cerdo en líquido; seguidamente se pasan por miga de pan blanco rallado, mezclando un poco de ajo y perejil; luego se aplastan un poco y se fríen con manteca de cerdo bien caliente, y retíranse con bonito color dorado.
Palabra del Dia
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