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La de Dumais parecía literalmente sobre ascuas, la abuela fruncía la nariz y la de Aimont contenía una enorme gana de reír, mientras que la de Sarcicourt y Paulina echaban a su alrededor miradas de ciervas moribundas. Hacer frente a la intrépida señorita Bonnetable... Qué audacia...

Esta mañana, después de misa, me he encontrado delante de la imagen de San Antonio con la de Aimont. San Antonio es menos comprometedor que San José y las muchachas casaderas pueden rezarle sin que todo el pueblo sea informado inmediatamente de que están en instancia con el Cielo para obtener un marido. La de Aimont estaba confusa y yo también.

Lo cierto es prosiguió la de Aimont, que en nuestra población, como en otras muchas, hay muchas jóvenes cuyos padres viven en buena posición... Esas jóvenes no tienen ni más ni menos atractivos que los que tenían sus madres a su edad, y, sin embargo, no encuentran marido... convino el padre Tomás. Ya he tenido una larga conversación sobre esto con la señora de Sermet y Magdalena.

¡Ah! dije aparentando interés. Simona de Erinois dijo el otro día una frase que no tiene precio. Figúrate que se atrevió a decir a la de Brenay: «Eres amable porque quieres a papá...» Imagínate el cuadro... ¡Ah!... Lo que me parece que va bien es el matrimonio de Paulina. Según lo que cuenta la de Aimont, el joven que tiene tan bonita fortuna en Martimprey exige 20.000 pesos de dote.

Los Geraumont no son de nuestra sociedad respondió la de Brenay desdeñosa. ¡Ah! respondió sencillamente la abuela, que, a pesar de ser aiglemontesa, no admite tan sutiles distinciones. ¿Y usted, señora? preguntó a la de Aimont. No me halaga el exponerme a bailar con los proveedores respondió ésta. Es un baile de comerciantes, de modo que...

Solamente más adelante... Queremos un marido que haya llegado. ¿Verdad, Paulina? , mamá. En la industria y en el alto comercio se encuentran muy buenas posiciones dijo la de Aimont, que no quería que se creyese la verdad, es decir, que dejaría a Paulina casarse con un vejestorio con tal de que hubiese llegado.

¿Y cree usted que se han acabado esos tiempos? preguntó la de Aimont en tono de burla. ¿Los señores maridos se han vuelto tan perfectos que pueden apreciar la idealidad en sus mujeres?... Eso dijo el cura confuso, depende de las mujeres y... de los maridos.

Si se la incita un poco, se la obliga a precisar: Mi hija no se casará más que con un forastero. En Aiglemont no hay posiciones... Todos aquí compadecen a esta pobre muchacha destinada a casarse con un forastero. Es cosa corriente, como un proverbio, que no hay en Aiglemont ninguna situación digna de la señorita Aimont, y la interesada, que es de mi edad, no es pedida con frecuencia en matrimonio.

¿No hay ningún matrimonio en el horizonte? preguntó la de Aimont queriendo llevar la conversación a su asunto favorito. Ni uno respondió la Bonnetable en tono contundente. Sin embargo insinuó la Sarcicourt, ¿no se habla del matrimonio de la señorita de Brenay con el capitán Bellortet? ¡Qué disparate! exclamó la Bonnetable. La chica de Brenay no puede encontrar un marido serio...

¿Cómo va una a hacer para casar a sus hijas, Dios mío? murmura la de Aimont. No puede una, sin embargo, ponerse al acecho detrás de un muro protector y tirar sobre los yernos posibles... A eso se llegará, señora dijo la abuela como consuelo... La caza a los maridos amenaza con hacerse bárbara... ¡Qué costumbres!...